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Viajar a Marruecos

Viaje 1990 - 4ª Etapa: Tagoudit / Imilchil

 


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21 Agosto 1990, Martes.

Nos dieron café para desayunar, pagamos y tras una efusiva despedida, continuamos camino hacía Tinerhir. Como siempre, había amanecido un día espléndido. Cuando llevábamos un rato rodando, nos detuvimos junto a unos muchachos que nos hacíaan señas, al descubrir que uno de ellos tenía una pequeña rapaz nocturna cogida por un ala, se trataba de un pequeño cárabo accidentado, le hicimos un par de fotos, y lamentamos su suerte, sobre todo Luis, que es un verdadero amante de los pájaros. Al cabo de unos kilómetros, llegamos a una zona de bosques de cedros impresionantes. Todo el tramo de Tagoudit en adelante, tenía bastante arbolado.

A medida que avanzábamos, nos topamos con tramos enteros de pista que habían desaparecido arrastrados por las fuertes riadas, en los cuales teníamos que descender al cauce del río y avanzar por éste, teniendo que vadear casi constantemente sus aguas. No encontramos zonas muy profundas y la base de piedra no ofrecía muchos problemas para los vehículos. Pero avanzábamos muy lentamente, a razón de unos 10 kilómetros por hora.

Al igual que en las jornadas anteriores, poco antes del mediodía, se fueron metiendo las nubes y comenzó a amenazar lluvia. La verdad es, que esto no nos tranquilizaba mucho, porque segúan la ruta que nos habíamos marcado, sería necesario atravesar ese mismo día las famosas "Gorges du Todra" (Gargantas del Todra ), que son una especie de cañones enormes, en donde no es muy conveniente encontrarse con una riada. Y a juzgar por lo que habíamos visto hasta la fecha, las riadas de aquí, amen de ser frecuentes, debían ser de una importancia considerable. La temperatura, seguían el termómetro del coche, era de unos 25ºC, muy agradable. En algunas ocasiones incluso tuvimos que abrigarnos. En los momentos de más calor en el Atlas, no llegamos a superar los 33ºC.

Nos encontramos con el guarda forestal encargado de la vigilancia de una vastísima zona de las montañas. Vestía una especie de uniforme militar y montaba un pura-sangre árabe, que pese a nuestra "incultura equina" era una verdadera preciosidad. Comenzó a llover al llegar a un pequeño pueblo, que ni tan siquiera figuraba en nuestros mapas, nos detuvimos para que Luis escampase. Aprovechamos la ocasión para vaciar un par de herricans en los depósitos de los vehículos. En ese momento llegó el guardabosques, sin saberlo, nos habíamos metido en el jardín de su casa, y nos invitó a entrar para tomar un té. Era un individuo de unos treinta y pocos años, casi negro y que exhibía una sonrisa "profident", a lo Eddie Murphy. A diferencia de la mayoría de los habitantes de aquella región, se trataba de un hombre culto. Nos comentó que antes de estar allí, había realizado trabajos de estudio de la fauna y la flora en la zona de Zagora, en el valle del Dráa, a las puertas del desierto del Sahara. Resultó que Luis había hablado con él unos kilómetros más atrás y el guarda le había indicado la situación de su casa, invitándonos a visitarla. Mientras disfrutábamos de su hospitalidad, nos comentó, que probablemente encontrásemos dificultades más adelante, debido a las fuertes lluvias caídas y nos señaló en el mapa, una ruta alternativa para poder salir del Atlas. Se trataba de una pista de 150 Km. que partía unos 10 Km. antes de llegar a Timariyne y desembocaba en Rich, al este de las montañas. Este itinerario nos desviaría bastante del camino hacia Tinerhir, pero nos aseguraba que jamás encontraríamos problemas por inundaciones o riadas. Tomamos buena nota y continuamos la marcha.

Cuando llegamos a un valle muy abierto, en el que el río se bifurcaba, nos topamos con los únicos occidentales que vimos en el Atlas, se trataba de un grupo de franceses con una especie de furgoneta-todo-terreno enorme. Durante la consabida pausa para la comida, se nos acercó una pequeña bereber y Pablo le dio un espárrago para ver que cara ponía. En lugar de comerlo, salió corriendo con el espárrago en la mano y no paró hasta kilómetro y medio de allí, en donde según comprobamos a través de los prismáticos, le entregó el espárrago a su padre. Acabamos con nuestras existencias de callos y continuamos.

Encontrábamos cada vez más cantidad de agua en la pista, que en algunas zonas parecía más bien un río. Al salir de un gran charco, Luis se estrenó; como se suele decir "se cayó con todo el equipo". Fue a parar con la moto y con sus huesos al mismísimo suelo. Afortunadamente, la caída no tuvo mayores consecuencias, aunque se dobló ligeramente la horquilla de la Yamaha. Cuanto más nos acercábamos a Timariyne, más agua, algunos charcos eran auténticos vadeos. Todos los valles fértiles, presentaban un aspecto desolador, con las cosechas inundadas. Paramos en el cruce con la pista de Rich (donde vimos la única señal indicadora en 200 Km.), para hacernos una foto, y unos críos se acercaron a nosotros. Aunque pueda parecer raro, cuando pusimos en marcha el radiocassette del coche, salieron corriendo despavoridos, asustados por la música, permaneciendo luego a cierta distancia, observando atentamente el interior del vehículo, para ver de donde provenían aquellos sonidos. ¡¡Inaudito!!.

A lo largo del camino, encontramos algunos rebaños, que pudieramos describir como "rebaños heterogéneos", al estar compuestos por vacas famélicas, mulos, burros y caballos, todos mezclados. Tenían un aspecto realmente pintoresco, como casi todo por estas tierras perdidas. Cuando atravesábamos Timariyne (rápido, para evitar la avalancha humana clásica de todos los pueblos), Luis lo volvió a hacer, se metió en un barrizal de impresión y terminó empotrado contra un talud, con la moto sobre él. Con la ayuda de los nativos, le quitamos la moto de encima y le ayudamos a incorporarse. En principio se dolía un poco de la pierna, pero se recuperó rápidamente. Cuando levantamos la moto, Pablo metió los pies en un charco de barro, dejando sus zapatillas en un estado lamentable. Mientras contemplaba éstas, los chavales del pueblo se mofaban (mofarse es poco; se partían de risa) de él y le indicaban que esas cosas no les pasan a ellos, ya que van descalzos.

Podemos utilizar dos refranes para describir lo que le sucedió a la moto; "no hay mal que cien años dure" y "no hay mal que por bien no venga", gracias a esta segunda caída, la horquilla recobró de nuevo su posición original. Eso es... "suerte". Después de esto, repartimos algunos cigarrillos, y nos envolvió una "marabunta" de gente, que nos llegó a hacer temer por nuestra integridad, sobre todo por la de Pablo que se vio acosado por la multitud mientras mantenía en alto una mano llena de cigarrillos, hasta que literalmente, le vimos desaparecer, como engullido por aquella masa ávida de tabaco.

Cuando conseguimos salir del pueblo, llegamos a un punto en donde un "charco" de unos 150 m. de largo y más de uno de profundidad, marcaba lo que parecía el final de nuestro camino. Pablo se descalzó, dispuesto a hacer una prospección más exhaustiva del fondo, pero apenas metió los pies en el agua, se percató de que si seguía adelante, quizás se le congelasen. El agua estaba muy muy fría. Esperamos un rato, a ver si un camión que venía en dirección contraria, se atrevía a cruzar. Pero incluso él, se dio la vuelta. Entonces, hicimos un infructuoso intento de rodear el obstáculo, pero lo único que conseguimos fue que los lugareños nos preguntasen si estábamos locos. Lo que ellos querían en realidad, era que contratásemos sus servicios como guías, para llevarnos por una ruta alternativa hasta el pueblo siguiente. Finalmente, no nos quedó otra opción, así que uno de ellos se subió con Luis en la moto y nos fue indicando el camino. Al atravesar de nuevo el pueblo de la caída, utilizamos la bocina de señales, para ahuyentar a la multitud, con un resultado altamente satisfactorio, el ruido les "ahuyentaba".

Conseguimos llegar hasta Agoudal, pero apenas continuamos avanzando, nos encontramos con otra serie de "charcos" (más bien embalses), que tampoco fue posible superar. Momentos de nerviosismo. Consultamos insistentemente el mapa para hacernos una composición de lugar, y preguntamos a los curiosos que estaban por allí, pero les preguntásemos sobre la pista que fuese, siempre nos contestaban: "pista muy buena, no problema". ¿No problema...?, coño que si había problema..., ¡que nos lo dijesen a nosotros!. Comenzamos a plantearnos una cuestión fundamental, si en este punto la cosa estaba tan mal a causa del agua, ¿cómo estarían las Gargantas del Todra?

Empezaba a oscurecer y nuestras esperanzas de llegar esa noche a Tinerhir, se esfumaron con la luz del día. También había otra cuestión que no contribuía precisamente a tranquilizarnos; solamente teníamos un cuarto de los depósitos de los coches, mas dos herricans llenos, si seguíamos avanzando y al final nos víamos cortados más adelante, quizás fuese poco para volver atrás. Como estaba claro que en algún sitio teníamos que pasar la noche, decidimos retroceder 20 Km., hasta Imilchil, en donde al parecer había un lugar para hospedarse, declinando varias proposiciones de quedarnos allí mismo, en casas particulares.

El tramo que antes nos había acompañado el guía, ahora lo hicimos sin apenas luz, campo a través, siguiendo las rodadas que había dejado un camión en el barro. La sensación de conducir de noche por las pistas, quizás más rápido de lo que debiéramos, era inmejorable. Poco antes de llegar a Imilchil, se nos cruzó un zorro de grandes dimensiones, y todavía pudimos seguirle un rato con la vista, utilizando una linterna muy potente. También vimos un "jerbo", dando saltos por la pista. Se trata de una especie de pequeño roedor, con las patas traseras semejantes a las de los canguros y que es habitual encontrarlo en todo el norte de Africa.

La gran diferencia entre Imilchil y los otros pueblos del Atlas, consiste en que es el único de ellos, que tiene luz eléctrica y teléfono (todo lo cual llega allí, a través de 4 hilos tendidos con postes de madera, que a menudo están tirados en el suelo), además de un "hotel...". Lo de hotel, viene porque así reza en el letrero que hay en la fachada. Es una edificación de una sola altura, con cuatro habitaciones (sin baño), el baño estaba al final del pasillo y era cutrísimo. La ducha estaba junto al baño y el agua salía de un bidón colocado sobre el falso techo a tal efecto. En Marruecos, en todos los hoteles, campings, hostales etc..., es necesario rellenar un formulario muy completo al registrarse. Hay que especificar; nombre, dirección, números de pasaporte, fecha de expedición, lugar de ídem, ciudad marroquí de la que se procede, ciudad marroquí a la que se dirige uno, fecha de entrada en el país y hasta la profesión. Pues bien, estando allí nos dejaron el libro de registro para rellenarlo, y echando un vistazo, descubrimos que los últimos españoles que habían pasado por allí, rellenaron el apartado "profesión", con las profesiones más estrafalarias que se les ocurrieron. Nos gustó la idea y a partir de aquí, nosotros también nos pusimos profesiones raras en todos los hoteles, como por ejemplo; banderillero, picador, palanganero, tuercebotas y otras por el estilo.

Antes de acostarnos, pedimos unas Coca Colas y preguntamos si sería posible llamar por teléfono a Santander. El "camarero-cocinero-dueño-director-recepcionista-telefonista" nos dijo que se podía intentar, aunque sin muchas garantías de éxito, porque cuando llueve los teléfonos dejan de funcionar. El aparato era de esos que antes de hablar hay que darle vueltas con decisión a una manivela (esto no es broma), y además no tenía línea directa, si no que dependía de una centralita que hay a 150 Km. de allí, la cual a su vez tenía que mandar la llamada a otro centro, que estuviese facultado para comunicar con el extranjero. Una hora más tarde, se consiguió la comunicación. Después de esa llamada, entiendo lo que debían sentir nuestros ancestros, cuando telefoneaban; parecía cosa de magia hablar desde aquel recóndito pueblo y con un aparato de manivela.

Dejamos los vehículos aparcados junto a la terraza y sin que nosotros dijésemos nada, un bereber se quedó toda la noche durmiendo en un colchón, de guardia junto a ellos. No nos metimos en la cama (que no parecía demasiado limpia), sino que pusimos los sacos de dormir sobre ésta, y dormimos en ellos.

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