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Viajar a Marruecos

Viaje 1990 - 5ª Etapa: Imilchil / Erfoud

 


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22 Agosto 1990, Miércoles.

Como siempre, amaneció una magnífica mañana de sol (hasta el mediodía...). Nos levantamos temprano, desayunamos y preguntamos si se podía comprar gasolina en el pueblo. No se podía. Pagamos en el "hotel", en realidad invité yo (1.200 Ptas.). Al paisano que se quedó toda la noche de guardia, le dimos el equivalente a 100 Ptas. (no teníamos más cambiado) y un par de paquetes de cigarrillos y el tío era todo agradecimiento. Así, si que se puede uno tirar pegotes. Compramos pan y decidimos salir del Atlas por Rich, en evitación de mayores problemas.

La famosa pista de 150 Km., era muy buena y permitía rodar a velocidades impensables el día anterior. Llegábamos a alcanzar los 70 Km./hora en determinados tramos, hasta que nos topábamos con algún oued seco y pegábamos un salto que nos hacía reconsiderar nuestra velocidad. Hicimos una pausa a la hora de la comida. En esta ocasión, comimos bocadillos de paté, con carne de buey, más las consabidas latas de picar. Mientras reponíamos calorías, comentamos las ganas que teníamos de llegar a un HOTEL (con mayúsculas), y pegarnos una buena ducha. El camino era una sucesión de rectas interminables, en medio de un paisaje exactamente igual que el clásico desierto de Arizona, tan manido en los westerns. Poco antes de llegar a Rich, ya sobre asfalto, el camino se sumergía literalmente en el río, en un tramo de unos cien metros. Estos oueds que pasan por encima de las carreteras, son muy frecuentes, e incluso existe una señaal de tráfico específica que los anuncia. Como dijo Pablo: "así también yo sé hacer puentes". A los dos lados del río hay peatones esperando a que llegue algún vehículo que les permita cruzar sin mojarse. Luis recogió a uno de estos y atravesó el oued con él.

Una vez en Rich, nos dirigimos a la gasolinera y repostamos los depósitos y los herricans, daba una gran sensación de seguridad el hecho de tener combustible de sobra. Continuamos hacia Erfoud, atravesando una zona de cañones impresionantes, que nos transportaban a escenas de Lawrence de Arabia. Pasamos por el Túnel del Legionario, así denominado en recuerdo de quién sabe qué suceso, relacionado con la Legión Extranjera francesa.

Como por ensalmo, a medida que nos alejábamos del Atlas, desaparecieron las nubes, dejando paso a ese color azul tan intenso de los cielos africanos. Paralelamente a esto, la temperatura ambiente se fue elevando. La primera imagen del oasis de Tafilalt es algo que difícilmente se puede olvidar. Circulando por una especie de páramo yermo, llegamos de pronto a la parte superior de un cañon enorme y absolutamente árido, en cuyo fondo (completamente plano), encontramos un vergel, una extensión de palmeras que llega más allá de lo que alcanza la vista. El cañón tiene aproximadamente un kilómetro de ancho, y las palmeras se extienden en dirección al sur, unos 90 Km. Con sus más de 170.000 palmeras datileras, es el mayor oasis de éstas que hay en todo el Continente Africano. Mientras disfrutábamos con el paisaje y aprovechábamos para tomar unas fotos, se nos acercó un indígena, que según nos explicó, era de ascendencia "tuareg...". Canje de cigarrillos, un poco de palique y se destapó con el mensaje publicitario de que si pasábamos por Rissani, no dejásemos de visitar la "Maisson Tuareg", magnífico comercio propiedad de un pariente suyo y que en ningún caso había que confundir con la "Maisson Nomade". ¡Menudos comerciantes!.

A un kilómetro de Maadid, nos detuvimos de nuevo, para contemplar una extensión de desierto de arena, que se divisaba a unos mil metros al oeste de la carretera. Como casi siempre que parábamos, se nos acercó un tío, salido de dios sabe donde, con la pretensión de que le comprásemos algún fósil. Para quitárnoslo de encima, volvimos a los coches y saliéndonos de la carretera, nos dirigimos a las dunas que estábamos observando. De cerca, eran mucho más impresionantes y sugestivas. Tras hacer algunas pruebas sobre el comportamiento de los vehículos en arena, dejamos éstos y nos introdujimos a pié en aquella gigantesca "playa sin agua". Hicimos unas cuantas fotos y comprobamos que lo único que se divisaba, eran dunas y más dunas. El silencio y la arena daban la sensación de encontrarse perdido en un mar enorme y misterioso. De regreso a los vehículos, nos encontramos de nuevo al paisano de los fósiles, que se había venido andando detrás nuestro. Le compramos un par de ellos y volvimos a la carretera.

Llegamos a Erfoud y nos dirigimos directamente al mejor hotel de la ciudad. Estaba completo. Nos acercamos hasta el 2º mejor hotel. Completo. Preguntamos por el otro bueno que quedaba; lo habían cerrado el año anterior. Desmoralización total. Habían llegado una serie de autobuses, la mayoría españoles, que coparon todas las plazas hoteleras dignas. Nos quedaban dos opciones; una era seguir el consejo de uno de los "guías" que rondaban el hotel en donde nos encontrábamos, llendo a dormir a Merzouga (en pleno desierto de arena), a un albergue en donde se puede dormir sobre el tejado, viendo las estrellas, ya que nunca llueve. Y la otra, quedarnos en un hotel de segunda categoría, allí mismo. Como estábamos cansados y con la moral baja, decidimos quedarnos en Erfoud. El hotel, tenía baños en las habitaciones y estaba relativamente limpio, pero decir que era antiguo es poco. A la hora de registrarnos, seguimos con las profesiones imaginarias. Luis dijo que era "rejoneador", Pablo "banderillero" y yo "picador". Pero resultó que esta vez, el recepcionista sintió curiosidad y le preguntó a Pablo por el significado de "banderillero", a lo que Pablo contestó, sin perder la calma, que era la gente que se dedicaba a "hacer ropa". Bajamos al salón, que se encontraba en el sótano, en donde la temperatura era ideal. Tomamos unas Coca Colas debajo de un ventilador a lo "Casablanca de Bogart", aunque en lugar de un pianista negro, el único que había cerca, era un joven geólogo canadiense, que llevaba tres meses allí estudiando piedras. Charlamos un rato con el camarero y Azu me roció de Coca Cola (¿una indirecta para que me duchase?). Nos instalamos y nos duchamos, para quitarnos la mugre del cuerpo. Pensamos en ir a cenar al restaurante de uno de los hoteles buenos, que según nuestros informes, incluía en la carta "tortilla española". Cuando aún no habíamos salido, llegaron tres madrileños en un Kadet, nos presentamos, les comentamos lo de ir a cenar al otro hotel y quedaron en pasarse por allí.

Nosotros fuimos dando un paseo, la temperatura nocturna era más soportable. El restaurante estaba situado en el patio del hotel, alrededor de la piscina, en unas terrazas a diferentes alturas, pero según nos dijo el camarero, estaba lleno y tendríamos que cenar dentro. La idea no nos gustó demasiado. En ese momento apareció el dueño, al que tampoco debió gustarle la idea del camarero. Nos hizo seguirle de nuevo a la piscina y comenzó a dar ordenes a todo el mundo. En cuestión de segundos, habilitaron una zona de la terraza, trajeron un par de mesas, unas sillas, montaron manteles, platos y cubiertos y nos instalaron allí. Una profesionalidad, que en España ya es difícil de encontrar. Una vez instalados, comenzaron a caer cuatro gotas, pero el dueño insistió en garantizarnos que allí, llover lo que se dice llover, no recuerdan que haya sucedido nunca. Efectivamente, no fueron más que cuatro gotas. Se estaba muy agradable en aquel lugar, escuchando música de fondo. Alguno de los españoles que andaban por allí, fue a parar a la piscina, sin cambiarse previamente de ropa. Como los hoteles buenos, son principalmente para occidentales, si que es posible encontrar bebidas alcohólicas, nos dedicamos a beber cerveza (la única que tenían, se hace en Marruecos), no se puede comparar con las cervezas europeas, pero menos da una piedra. Mientras cenábamos, llegaron los madrileños con un indígena y les hicimos sitio en nuestra mesa. El árabe, un chaval de nuestra edad, lo habían contratado para que les llevase al desierto en un Land Rover, nos invitaron a acompañarles, pero había que salir a las 4 de la mañana y no estábamos dispuestos a pegarnos tal madrugón, con la paliza que llevábamos encima.

Al salir del restaurante, comprobamos que la cerveza marroquí, aunque insípida, pegaba de madre... Nos entretuvimos un rato charlando con los madrileños, cuando de pronto, paró a nuestro lado un coche, se bajó de él un policía y ordenó al guía que estaba con nosotros, que entrase al coche. Estuvieron unos tensos instantes discutiendo en árabe y finalmente, se fueron los dos detrás de un autobús que estaba parado en las inmediaciones. Minutos después, reaparecieron, el poli volvió al coche y se fue. El chaval nos explicó, que no les está permitido a los nativos, ir con extranjeros, si no disponen de la pertinente licencia de "guía oficial", ya que Hassan, no quiere que se moleste a los turistas. Pero por supuesto, la placa de guía, se puede sustituir por una determinada cantidad de dirhams, para el policía en cuestión. Nos despedimos de los "madriles" y del árabe y regresamos al hotel paseando. Cuando nos fuimos a dormir, las habitaciones parecían saunas, incluso con la ventana abierta de par en par.

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