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Viajar a Marruecos

Viaje 1990 - 6ª Etapa: Erfoud / Tinerhir

 


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23 Agosto 1990, Jueves.

Se nos pegaron las sábanas y amanecimos a las 10:20 A.M., desayunamos en la terraza del bar. El sol le pegaba con ganas, amenazaba otro día de calor. Luis y Bea fueron a comprar sellos y sobres para mandar las postales que escribimos en Tagoudit. Compramos unas botellas de agua mineral, preparamos los vehículos y decidimos ir al desierto y luego pasar por Rissani, e intentar llegar en el día a Tinerhir y su hotel de lujo.

Hay que reseñar, que existen varios tipos de desierto en este país, a saber: el que se asemeja al de los westerns, con montañas, promontorios, barrancos o cualquier otro accidente geográfico. El de piedrecitas minúsculas y arena (todo mezclado), que es completamente plano y por esto da una sensación de enormidad increíble, al no toparse la vista con ningún obstáculo, aparte de ser duro y no presentar ningún problema para circular por él (se llama "hamada"). Y como no, el de arena, con sus tonos dorados y sus dunas, que en algunos lugares alcanzan dimensiones considerables (se llama "erg"). Antes de salir, llegaron los madrileños en un Land Rover y aprovechamos para despedirnos y desearnos suerte mutuamente. Como en anteriores ocasiones, nos untamos bien los brazos, con la crema protectora factor 15 que llevábamos. Cuando pasas unas horas conduciendo con el brazo asomando por la ventanilla, éste se empieza a "churruscar", si no se toman precauciones. Sin más dilación, nos dirigimos hacia Rissani, en donde tomaríamos alguna pista con dirección a Merzouga. Al poco tiempo, estábamos en Rissani, en donde vimos la tienda que nos comentó el "descendiente de tuaregs...", que encontramos al llegar a Tafilalt. Sin detenernos, cogimos una pista y nos alejamos de allí. Cuando llevábamos un par de kilómetros, observando la brújula, nos dimos cuenta de que no estábamos en el buen camino. Retrocedimos y tiramos por otra pista que atravesaba los palmerales. Aquí comprendimos porque en los grandes raides africanos, siempre llevan filtros del aire de sobra. Al avanzar, levantábamos una nube de polvo densísima, que nos hacía imposible circular siguiéndonos de cerca. Había que esperar bastantes minutos después de haber pasado un vehículo, antes de poder seguirle sin morir asfixiado por la polvareda. Pese a estas precauciones, poco a poco se iba depositando polvillo en el interior de los vehículos y hasta el pelo se nos ponía estropajoso. Un error que no había que cometer nunca, era detener el coche bruscamente, ya que la nube que dejabas detrás, te adelantaba y quedabas envuelto en ella, en medio de la oscuridad y con la boca pastosa.

El termómetro del coche, superó los 45ºC., cosa que ni siquiera había sucedido en Andalucía, en donde la máxima que indicó, fueron 42ºC. Pero al comprobar la temperatura con uno más preciso, que llevaba Luis, vimos que solamente hacía 45ºC al sol. Un par de grados menos a la sombra, lo cual era un consuelo... Estando en eso, llegó un paisano muy simpático, que nos preguntó hacía donde nos dirigíamos. Al responderle, nos dijo que por segunda vez nos habíamos equivocado. Como se suele decir, "a la tercera va la vencida". Conseguimos salir del polvoriento laberinto de pistas entre las palmeras y las cashbas y nos introdujimos en el autentico, gigantesco y plano desierto de piedritas y arena (hamada), en donde conviene prestarle atención a la brújula, si se quiere volver a salir, o llegar a algún sitio concreto. Se podía circular, por donde te diese la gana, ya que la "pista" no era tal, lo único que se notaba eran rodadas tenues sobre el suelo, pero muchas, en la anchura de terreno que se divisaba desde el vehículo, unas más hacía el este, otras más al oeste, pero aparentemente todas se dirigían al sur y era precisamente hacia allí, donde nosotros queríamos ir.

Avanzamos durante un tiempo, atravesando algunas zonas de arena y la aguja indicadora de la temperatura del motor se acercaba peligrosamente a la zona roja. Solamente descendía un poco cuando rodábamos a gran velocidad. En un momento dado, divisamos a lo lejos una estructura de adobe y nos dirigimos hacia ella. Resultaron ser las ruinas de una pequeña casa. Nos detuvimos allí y dejamos los motores de los coches con el capó levantado, a ver si se enfriaban un poco. Con el calor que hacía, no era probable que se enfriase ninguna cosa. Nos sentamos todos en los centímetros de sombra que proyectaban las ruinas y nos terminamos el agua de las cantimploras. El horizonte, aparecía borroso por el efecto del aire caliente elevándose desde el ardiente suelo. Mirando alrededor, no se divisaba absolutamente nada, a excepción de un par de palmeras, a muchísima distancia y lo que parecía un estanque enorme, de aguas resplandecientes, que no era sino uno de esos famosos espejismos del desierto; ni más ni menos, que el efecto del calor sobre una extensión plana, lo mismo que sucede muchas veces en el asfalto de las carreteras. Talmente parecía agua. Oteando con los prismáticos, descubrimos a lo lejos, como si de otro espejismo se tratase, las dunas del Erg Chebbi, en donde se encuentra Merzouga, imponentes, enormes y rojas, con sus más de 250 metros de altura y sus curvas insinuantes. Consultando el mapa, calculamos que aún nos quedaban unos 35 kilómetros hasta llegar a ellas. En ese lugar, comprendimos por que los indígenas, visitan el desierto a primera hora de la mañana. Con el sol en lo más alto, el calor es agobiante, y el silencio total contribuye a esa sensación de aplanamiento que sentíamos. Incluso, dimos crédito al famoso proverbio tuareg que nos contó Pablo, sobre la aridez del viento del desierto. Con las pocas neuronas que nos quedaban en funcionamiento, decidimos olvidarnos de las dunas y regresar, porque si no, no nos daría tiempo de llegar esa noche a Tinerhir. Hay que ver lo que hace la inexperiencia...

Iniciamos la "retirada", volviendo sobre nuestras rodadas. Para nuestra sorpresa, la única edificación que encontramos, una pequeña casa, tenída un letrero de Coca Cola (en árabe) y un cartel de madera que decía: "Bar musique". Pensando que nos había dado demasiado el sol y padecíamos alucinaciones, nos detuvimos y entramos. Efectivamente era una pequeña tasca atendida por dos marroquíes. Tomamos unas Cocas, y nos sirvieron un té, pero solamente a los HOMBRES (como debe de ser...). Para amenizarnos la estancia, el dueño, sacó una serie de instrumentos musicales, entre los que había bongos, una especie de guitarra grande, otra pequeña y un violón y nos dio un recital de canciones típicas, con cada uno de ellos. Para no ser menos, Pablo, sin achicarse lo más mínimo, cantó un par de canciones montañesas, que dejaron al dueño (y a nosotros), completamente alucinados. Mientras descansábamos, descubrimos con pesar, que el Suzuki de Bea, tenía pinchada la rueda trasera izquierda. Al examinarla detenidamente, vimos que un clavo era el causante de la flaccidez. Con ayuda de unos alicates, lo extrajimos. Era enorme y estaba roñoso, si es difícil "encontrar una aguja en un pajar", no digamos "encontrar un clavo en el desierto..." Aplicamos un spray de espuma, y la rueda recuperó su aspecto normal. Terminamos de inflarla con una de las bombas que llevábamos, dándole la presión justa. Después de rodar unos kilómetros dando vueltas alrededor del bar, comprobamos de nuevo la presión y al ver que no perdía, le dimos el "alta". Sin más, salimos del desierto, deteniéndonos únicamente a llenar una botella con arena, operación que me obligó a utilizar unos guantes de cuero para no abrasarme las manos.

A medida que nos acercábamos a Rissani, lo único que veíamos, era una pequeña línea de palmeras diminutas, distorsionadas por el calor, que poco a poco iban creciendo hasta convertirse en el extremo sur del oasis de Tafilalt. Nos detuvimos en la famosa Maisson Nomade, con idea de adquirir algún souvenir, que nos recordase el viaje. Era un comercio grande, pero estaba dividido en numerosas habitaciones, todas llenas de los cachivaches más diversos, del suelo al techo. Nos recibieron con gran aspaviento, unos lugareños vestidos con el traje típico tuareg, turbante incluido. Fuimos conducidos hasta la sala más grande y mientras nos daban un poco de palique, sacaron el consabido té. Mostramos nuestro interés por algunos artículos y comenzamos el regateo. Pablo, Bea y Luis se quedaron con uno de los vendedores y Azu y yo con otro. Dependiendo del artículo que se tratase, se podía reducir el precio más o menos. En unos casos, conseguimos rebajarlo hasta en un 40% y en otros hasta más del 55%. La manera de establecer el precio, era ciertamente curiosa; te decían uno inicial y esperaban tu contra-oferta, cuando ésta era muy baja, llegaban a arrodillarse en el suelo y hacer abducciones, gritando cosas como "¿de que van a vivir mis hijos?", "este hombre acaba conmigo", etc... También te daban un pedazo de papel y un bolígrafo para que apuntases tu último precio y admitían cosas como el cordón de unas gafas de sol o una calculadora, para redondear la cifra final. Sabían perfectamente que el precio inicial no podía ser el mismo para un español, que para un americano, un francés o un alemán, ya que su poder adquisitivo era distinto. Se hacían los duros, hasta el punto de dejarnos ir al coche y luego salir corriendo en pos nuestro, para aceptar el último precio. Incluso admitían tarjetas de crédito. No cabe duda, de que su forma de vender es un verdadero arte, y lo practican con maestría. El precio depende en resumidas cuentas de la labia y la paciencia que se tengan. Nos dejamos allí un buen pico y perdimos más de dos horas, pero la experiencia merecía la pena.

Salimos disparados hacía Tinerhir, como habíamos intentado hablar con el mejor hotel por teléfono, sin conseguirlo, Luis que avanzaba más rápido, se adelantó en la moto para reservar habitación y que no nos volviese a suceder lo mismo. Circulábamos a todo lo que daban los coches. La carretera, en algunos tramos estaba parcialmente invadida por pequeñas dunas. Poco a poco comenzó a oscurecer y en ese momento nos sorprendió una tormenta de arena. Hasta unos dos metros de altura, flotaba una especie de bruma, como un manto, que no era otra cosa que la fina arena arrastrada por el viento. Como éste no soplaba con demasiado rigor, se veía de sobra para seguir circulando. Era curioso ver a la luz de los faros, como pasaban las ráfagas de arena sobre el asfalto. A medida que nos acercábamos de nuevo al Atlas, las estrellas desaparecieron del firmamento y las nubes ocuparon su lugar. Pocos kilómetros más allá, comenzó una tormenta eléctrica, sin lluvia, que nos acompañó en la mayor parte del recorrido. Atravesamos algún pueblo que otro, eso sí, muy despacio, porque en los que tenían una cierta importancia, reinaba una especie de caos circulatorio y te encontrabas por la carretera tíos andando, tíos en burro, tíos en bicicleta, tíos en carros de tracción animal, etc... y al menor descuido te podías llevar a alguien por delante.

Hicimos una parada para repostar y al poco rato llegábamos a Tinerhir. ¡¡por fin!!. Nos dirigimos directamente al mejor hotel y sorprendentemente, Luis no estaba allí, pese a eso preguntamos si tenían habitaciones y nos encontramos con el clásico "completo", en cambio, para el día siguiente, si que tenían, así que hicimos la reserva. Bajamos a la plaza principal, para buscar a Luis, temiendo que se repitiese la historia de Erfoud. Lo encontramos charlando con un árabe y nos dijo que teníamos habitación para esa noche en el Hotel Todra (***), que estaba allí mismo. Con gran alivio, tomamos posesión de las habitaciones y seguidamente nos sentamos en la terraza de uno de los restaurantes de la plaza. Mientras estábamos cenando, se nos pegó un tío con el que había estado hablando Luis y que le había ayudado a conseguir las habitaciones. Tenía más o menos nuestra edad (25-26) y estudiaba en una escuela de hostelería, vestía completamente a lo occidental, y se llamaba Mustafa (vaya nombre ¿eh?), por fin uno que hablaba inglés en lugar de francés. Me explayé dándole palique. A lo largo del viaje, los "traductores oficiales", habían sido Bea y Luis, ya que en la mayor parte del país, aparte del árabe y el bereber, se habla el francés. Al poco, se nos unió otro lugareño, amigo del anterior, también tipo occidental. Se llamaba Lassen y éste, si que no tenía problemas de comunicación, se defendía en francés, inglés, un poco de español, italiano, alemán, varios dialectos bereberes, chino y por supuesto, árabe. Hablamos de casi todo; de como veían ellos el problema del golfo, del papel de la mujer en la sociedad marroquí (cuidar la casa y los niños.), etc... Cuando terminamos las brochetas (pinchos morunos), se empeñaron en que les acompañsemos a su casa que estaba cerca, para invitarnos, como no, a tomar un té. Insistieron tanto que, aunque un poco a desgana porque estábamos bastante cansados, accedimos.

La "casa", efectivamente estaba cerca, pero en realidad, se trataba de una especie de tienda de alfombras. Hay que reconocer, que las alfombras eran una verdadera preciosidad. Lassen nos explicó el significado de cada uno de los motivos que en ellas se reflejaban y nos hicieron escuchar una cinta de música bereber, mientras degustábamos el siempre delicioso té. Nos comentaron que se dedicaban a la venta de alfombras a muchas tiendas de Marraquech, ya que ellos van por los pueblos donde las fabrican y las cambian por productos como harina, sal, ropa etc..., así que sus precios son "inigualables...". Curiosamente, en varias zonas de Marruecos aún existe el trueque como forma de comercio. Les agradecimos el té, la música y las explicaciones y nos despedimos. Mustafa, nos acompañó hasta el hotel. Antes de acostarnos, tomamos una Coca Cola y nos quedamos charlando. Un guía catalán, que acompañaba una excursión en autobús, estuvo un rato con nosotros y nos dijo que nos envidiaba, que en este plan es como hay que bajar a Marruecos, y no en bus. Nos retiramos, que ya esta bien pa' un día ¿no?

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