20 Agosto 1992, Jueves.

Me despierta una mosca asquerosa, pegajosa, insistente y rompe-cojones, que se ceba conmigo, me hace salir del saco a una hora, a mi modo de ver, intempestiva. Hace una mañana espléndida, que seguramente dentro de unas horas se convertirá en un agobiante día de calor. Mientras los demás se van despertando, aprovecho para filmar el oasis. Una vez que están todos levantados vamos a desayunar al bar del hotel. Cuando preguntamos por las habitaciones nos dicen que hasta la hora de la comida no hay nada que hacer, pero como dijo el profeta: "una botella de whisky mueve montañas".

-Foto sub-acuatica en la piscina del hotel Sahro.

Pasamos la mañana en la piscina, flotando indolentemente sobre las colchonetas, probando la funda sumergible para la cámara de vídeo y tomando el abundante sol. A media mañana nos dan las habitaciones e instalamos los bártulos. El aire acondicionado no funciona bien en alguna habitación, pero aun así, el hotel nos parece el palacio de Buckimham. Cuando llega la hora de la comida, se organiza un picnic en una de las habitaciones, nos llevamos para allá todos los utensilios de cocina y las viandas necesarias y preparamos una macro comida. Después de comer, cada uno se va a su cuarto, y nos pegamos una siesta en consonancia con el día de relajo que nos estamos regalando.

A medida que nos vamos despertando, decidimos hacer una excursión hasta las Gargantas del Todra, antes de que se haga de noche. Así que cogemos los vehículos y salimos hacia allí. La carretera serpentea en una sucesión de rampas ascendentes que nos sacan del oasis de Tinerhir. Es precisamente a medida que vamos cobrando altura cuando adquirimos la perspectiva necesaria para poder contemplar el oasis en todo su esplendor. Nos detenemos en la cuneta y todos comienzan a tirar fotos como locos. Unos disfrutamos de nuevo del espectacular panorama y otros lo hacen por primera vez, pero ese contraste de los verdes palmerales, contra los rojos farallones y las casas de adobe, bañados por la luz del atardecer, confieren a ese río de verdor un aspecto casi mágico. Tras trabajar durante un rato para la Kodak, continuamos hacia las Gargantas.

A medida que nos vamos acercando, el valle se estrecha y la carretera discurre junto al palmeral, está anocheciendo y ya no hay luz suficiente para hacer fotos, pero al acercarnos al final del valle, donde parece que la carretera se va a estrellar contra los impresionantes farallones, aparece ante nosotros el desfiladero. Paramos los coches y todos nos quedamos boquiabiertos, la penumbra contribuye a dar al paisaje un aspecto aun más imponente si cabe, el Oued Todra fluye desde el interior del Atlas por un estrecho desfiladero de unos trescientos metros de profundidad. De nuevo parecemos las crías de cualquier ave, todos mirando hacia arriba, con la boca muy abierta. Una vez superado el "boquiabiertismo" inicial, cogemos los vehículos y nos internamos en las Gargantas. Recorremos un tramo corto, hasta que es completamente de noche. En medio del desfiladero, al pie de uno de esos inmensos muros de piedra, hay dos pequeños hoteles incrustados en la pared. Decidimos quedarnos a cenar en uno de ellos, el Yasmina. El comedor se encuentra en el exterior, bajo una típica jaima y la carta, como en la mayor parte del país, se reduce a ensaladas, brochetas (siempre de cordero), tagine y cous-cous, que hay que digerir sentado sobre cojines en una mesa para enanos. Cenamos lo que podemos, como podemos y partimos de regreso a Tinerhir. El recorrido de vuelta no es largo, pero nos invade un cansancio que nos lo hace interminable. Una vez en el hotel, parecemos revivir, salimos todos al patio y organizamos una pequeña tertulia aderezada con whisky, junto a la piscina. Poco a poco la gente va cayéndose de sueño y retirándose a dormir.

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