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Viajar a Marruecos

Viaje 1992 - 7ª Etapa: Erg Chebbi - Gargantas del Todra

 


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23 Agosto 1992, Domingo.

Con el trasnoche que tuvimos ayer, se nos hace muy cuesta arriba levantarnos antes que el sol, tanto, que parte del grupo pasa del tema y se quedan durmiendo. Si la belleza del cielo nocturno impresionaba, el panorama a estas horas de la mañana es simplemente increíble. Ayer noche no pudimos ver lo que teníamos a nuestro alrededor, un mar infinito de dunas, cuyas cimas se elevan como intentando llegar al cielo, casi con arrogancia. Aun no ha salido el sol y los tonos del desierto enamoran a simple vista. Nos cargamos de equipo fotográfico y de vídeo y Juan, Chuchi, Isa, Montse y yo, salimos dando un paseo por las dunas, buscando un punto más alto, desde donde poder observar el amanecer. La caminata por la arena cansa, pero aun así Chuchi y Juan emprenden la subida de la duna más alta que tenemos cerca. Los demás, menos ambiciosos, nos encaramamos a una de tipo medio y preparamos el equipo de vídeo. Casi sin darnos cuenta la arena ha ido cambiando de color, para adquirir un matiz anaranjado, e ir acentuando las sombras. El silencio solo es roto por la brisa, que juega caprichosamente con la arena, creando un manto que recorre la superficie de las dunas a pocos centímetros de altura y que cambia de dirección con cada ráfaga. Me faltan las palabras, hay que estar aquí al menos una vez en la vida. Sin darnos cuenta, mantenemos un silencio casi respetuoso y dejamos volar la imaginación.

Dirijo la cámara al horizonte y de pronto hiere mi retina el primer rayo de sol, de nuevo cambia el aspecto de la arena, que toma un color más brillante, acentuándose aún más las sombras y el relieve del desierto. Las chicas se marchan de regreso al "hotel" y yo me quedo bastante rato disfrutando del espectáculo y filmando todo lo que tengo a la vista. Desde lejos el albergue parece insignificante con los coches alrededor. Aparte de los nuestros y del 4L del catalán, también hay un Land Rover blanco, muy africano, pero de origen español y un Range Rover perteneciente a un portugués con el que estuve hablando un rato anoche.

- Nuestro dormitorio en el tejado.

Cuando regreso, ya no queda nadie durmiendo, nos sentamos en la planta baja (que ahora parece un bar normal), y desayunamos. Nos queda un largo camino por recorrer, ya que queremos llegar de nuevo a las Gargantas del Todra, pero esta vez, parte del camino será por pistas. Revisamos los vehículos (mirar el aceite, se ha vuelto algo obsesivo después de lo de Carmona), pagamos y tras despedirnos del catalán, nos ponemos en movimiento.

Salimos de Yasmina y lo que la noche anterior parecía un laberinto, resulta no ser tan complicado. Circulamos durante un rato junto a las dunas y aprovechamos para hacer algunas tomas de vídeo. Luego nos internamos en el desierto de piedrecitas y nos alejamos del Erg hacia el norte. En cualquier dirección que miremos, la llanura llega hasta el horizonte, así que conviene no perder demasiado de vista la brújula y el cuenta kilómetros. De nuevo disfrutamos como enanos conduciendo, cada uno va por donde le apetece, echamos carreras y hay quién aprovecha para soltar el volante y mirar el paisaje, ya que es materialmente imposible chocar contra nada. Nos vamos alejando cubriendo una franja muy ancha de terreno, pero procurando no perder de vista a los demás. En un momento dado Luis y Elena se retrasan. Observándoles con los prismáticos, veo que tienen algún tipo de problema con la baca del coche, Azu y yo nos dirigimos hacia allí.

- Atravesando el desierto.

Parece que la gafada no se decide a abandonarnos, con la vibración y los baches, se ha partido uno de los anclajes de la baca, pese a no llevar demasiado peso en ella. La sujetamos como podemos con unas bridas y algo de cinta adhesiva y continuamos la marcha, con cuidado de no ponerlo peor. Nunca es conveniente cargar cosas pesadas en la baca de un todo terreno, ya que la sometemos a un esfuerzo innecesario, aparte de elevar el centro de gravedad del coche, lo que puede originar un vuelco. Es preferible utilizar ese espacio extra que nos da la baca para cosas que abulten pero que no pesen, aún así hemos comprobado que se puede romper. La temperatura del motor de los Suzukis se eleva cuando se circula despacio por el desierto, así que procuramos rodar deprisa para evitar los "calentones", esto hace que cada cierto tiempo cojamos algún bache con exceso de velocidad y le peguemos un toque al techo...

De vez en cuando paramos y me subo en el Suzuki a escudriñar el horizonte con los prismáticos, el oasis de Tafilalt no puede estar lejos, pero no conviene confiarse, ya que un error en el rumbo nos puede hacer perder mucho tiempo, lo que no sería conveniente tal como están las cosas. En una de las paradas, observo en el horizonte una fina franja casi imperceptible, son las palmeras, nos dirigimos hacia ellas y vamos a parar, exactamente, al punto por donde habíamos salido el día anterior, pasando de nuevo por el Bar Musical. Hacemos un alto para tomar un refresco y dejar una pegatina del viaje, junto a las demás que tienen pegadas en la puerta, de todos los raides que han pasado por aquí.

Entramos en el oasis y atravesamos de nuevo la zona polvorienta, todos con el pañuelo en la cara, entre la tormenta de arena y el polvo, tenemos el pelo como si fuese estropajo y el cuerpo comienza a pedir una ducha a gritos. Cuando llegamos al centro de Rissani, encontramos un pequeño "taller", por llamarlo de alguna manera y paramos a preguntar si es posible soldar la baca rota. Aunque los medios son precarios, si que pueden hacerlo. La reparación lleva unos veinte minutos y dejan la baca como nueva.

Esta vez salimos de Rissani con dirección a Erfoud, pero en el kilómetro seis tomamos un cruce a la izquierda, por una carretera de segunda, que nos llevara en dirección a Zagora. Se supone que después de unos cuarenta kilómetros de carretera, esta debiera terminar y dar paso a una pista, que llega hasta Altnif, pero ya llevamos más de cincuenta Kms y no hay rastro de la pista. Las planicies son interminables y el sol cae a plomo. Constantemente la carretera parece mojada, pero solo es un espejismo producido por el calor, que aprieta de cojones. Encontramos a unos marroquíes con un coche rojo, detenidos en medio de este horno, se han quedado sin agua en el motor y este está que arde, les llenamos el radiador y la botella de expansión con refrigerante y continuamos nuestro camino, casi sin esperar ni a que nos den las gracias. A medida que pasan los kilómetros, me voy convenciendo de que el mapa nos ha engañado y la supuesta pista ha sido asfaltada. Efectivamente, llegamos a Altnif sin pisar un centímetro de tierra.

Como ya es la hora de comer, nos instalamos bajo unos árboles a la entrada del pueblo y alguien va a comprar pan. Cuando regresan los del pan, explican que hay un bar en el que nos dejan comer dentro, siempre que consumamos allí las bebidas, la idea nos parece bien, ya que incluso a la sombra de los árboles, hace un calor de mil demonios. Aparcamos los vehículos delante del bar. Tienen un comedor grande que no está mal y desde luego la temperatura es mucho más aceptable aquí que en el exterior. Metemos la comida y los hornillos y nos hacemos un picnic en toda regla. Llega la hora de marchar y salir a la calle es como entrar en un horno microondas encendido, del interior de los coches es mejor no hablar. Revisamos una vez más el mapa y rogamos que el resto de pista hasta la zona de El Hart-n'Igouramene, no esté también asfaltada.

Esta vez tenemos suerte, la pista sale del mismo pueblo, en dirección norte, hacia la carretera de Tinerhir. Se trata de una pista bien conservada, que nos permite rodar a una velocidad considerable, pese a que seguimos tragando polvo. El paisaje es completamente distinto del que veíamos por la mañana, aquí el terreno tiene más relieve y circulamos entre pequeñas lomas y hondonadas, que hacen la conducción divertida. Lentamente va aflojando el calor y el paisaje cada vez se vuelve más escarpado, las pequeñas lomas se han tornado en pequeñas montañas que nos anuncian la proximidad del Anti Atlas, que atravesaremos bordeando el Jbel Sarho. En un valle amplio, encontramos una pequeña construcción que parece un bar y nos detenemos. Resulta que el bar está aún en construcción, pero los dueños del lugar nos sacan unos refrescos, que por supuesto no han visto una nevera en su vida, también sacan unas sillas de hierro muy incómodas, para que algunos se puedan sentar.

Mientras tomamos los refrescos, echamos un vistazo a una mesa llena de minerales y fósiles de baja calidad y nuestros especialistas en arqueología (Carlos y Cristina), hacen un descubrimiento muy interesante. Entre todas estas rocas, encuentran un par de hachas de piedra trabajada, una de ellas de gran calidad. El problema viene cuando intentan ponerse de acuerdo con el dueño para comprárselas, por las explicaciones que nos da, sus pretensiones económicas son inaceptables. Tras un rato intentando alcanzar un acuerdo, llegamos a la conclusión de que no tiene ni idea de cifras, así que lo mejor será ofrecerle unos billetes y cuando los vea que decida. Efectivamente, el tipo "traga" y se llevan las "piedras". Cuando nos vamos a marchar aparecen los portugueses del Range Rover, que pasaron la noche en Yasmina, charlamos un rato con ellos y nos comentan que también se dirigen a las Gargantas, con ese coche ya podrán...

- Un lagarto.

Un trecho más allá, encontramos pequeños oasis en miniatura en cualquier rincón del valle, en uno de ellos hacemos una parada "técnica". Mientras fumamos un cigarro tranquilos, descubrimos un espécimen de lagarto enorme y feísimo, escondido entre unas piedras, le pegamos una "filmada" y cuando intentamos azuzarle con un palo, descubrimos que sin duda está emparentado con Carl Lewis o con Speedy Gonzalez, porque salió a tal velocidad que casi no le vemos. Regresamos a los coches, este tramo subo en el de Luis, que va sin capota, para filmar desde el techo, Luis en lugar de salir hacia adelante, lo hace hacia atrás y le abolla ligeramente la defensa a Carlos. Normal con la racha que llevamos, la lista sigue creciendo...

No volvemos a parar hasta que la pista se junta con la carretera. Se ha hecho de noche y mientras tratamos de decidir si tenemos que ir a la derecha o a la izquierda, pasa por el lugar un tractor con remolque cargado de melones y le compramos un par de ellos. Para que no se estropeen los comemos sobre la marcha, "rico, rico, con fundamento..."

Paramos en Tinerhir a cargar combustible, llenamos los depósitos y esta vez también tenemos que llenar los herricans, ya que no volveremos a encontrar un surtidor en varios días. Con los coches más pesados que antes, nos vamos hasta las Gargantas del Todra, en esta ocasión el camino no se nos hace tan largo. Una vez allí nos detenemos en el hotel en que habíamos cenado hace tres días y entramos a preguntar como va el tema para quedarnos. Nos ofrecen una tienda árabe o jaima, que está en el exterior del hotel. La echamos un vistazo y nos parece bien. Nos instalamos.

- Hotel Yasmina, en las Gargantas del Todra.

La necesidad de darse una ducha es apremiante, así que nos vamos a ver donde está el baño. Al llegar allí se me vienen a la cabeza escenas de El Expreso de Media Noche, es lo más repugnantemente sucio y asqueroso que he visto en mi vida, casi parece que forzando un poco la vista se pueden ver las hordas de virus, gordos como toneles, dando saltos de alegría de tanta mugre como tienen para alimentarse. Regresamos con los demás y hacemos una breve exposición del lamentable estado de las duchas. La cantidad de polvo que se nos ha ido pegando al cuerpo, hace necesario que hagamos de tripas corazón, así que nos turnamos y vamos a la ducha de dos en dos para que uno aguante la ropa del otro y no tener que posarla.

- La Mantis que me observa...

Una vez limpios nos sentimos muy bien, aparte de haber adelgazado una media de dos kilos por persona. Nos preparamos la cena y los que están más cansados se duermen, el resto nos repartimos entre distintas actividades. Yo me dedico a dar una limpieza a fondo al equipo fotográfico y de vídeo mientras me observa una mantis religiosa posada en el cenicero que tengo delante, otros se quedan tumbados en las colchonetas de tertulia y aprovechan para tomarse un whisky.

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