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Viajar a Marruecos

Viaje 1992 - 10ª Etapa: Tagoudit / Jaffar

 


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26 Agosto 1992, Miércoles.

Nos levantamos tarde y amanece otro día espléndido. Desayunamos tranquilamente, tanto, que a las doce del mediodía aun no nos hemos puesto en marcha. Azu y yo nos quedamos enterrando la basura, mientras que los demás emprenden la marcha. Hacemos un buen hoyo en el que desaparecen todas las bolsas. Después de taparlo no queda ni rastro. Para recuperar el tiempo perdido con la basura, volamos literalmente por la pista, en un par de ocasiones rozamos la catástrofe. En menos de media hora alcanzamos a Luis, que ha cogido prestada la Yamaha de Nacho, para quitar el síncio y está sentado en la cuneta, con la moto a pocos metros. Al acercarnos comprobamos que tiene el cuerpo cubierto de polvo y lleno de rasguños y mataduras. Se acaba de pegar un "hostión" del uno.

A juzgar por las mataduras, la leche ha debido ser considerable. Al parecer, aún estaba en el suelo cuando llegó un crío a pedirle caramelos, que falta de consideración... Cuando consigo que se levante, nos metemos en el río y con una esponja le limpio lo más gordo, debe de tener como un centímetro de polvo pegado al cuerpo. Ya casi le tengo limpio, cuando comenzamos a fijarnos en que todas las piedras están cubiertas de unas cosas alargadas y negras, que se balancean ligeramente con la corriente. Al observar con más detenimiento damos un salto y salimos del agua, se trata de millares de sanguijuelas. ¡¡Que asco!!

Sacamos el botiquín y luchamos con Luis que se retuerce cada vez que le pasamos la gasa empapada en agua oxigenada por alguna de las heridas. Tiene erosiones importantes, sobre todo en el brazo derecho y la mano, en donde se ha clavado varias piedras. La moto no ha salido mejor parada, tiene el faro desencajado, la horquilla torcida y los pedales aplastados, sobre todo el de freno, que está atascado. Por si esto fuese poco, pese al tiempo que llevamos parados, los demás no regresan a ver que sucede. Cuando lo comento en voz alta, Luis me dice que no pueden regresar, ya que no han pasado por aquí... él marchaba delante cuando tuvo el accidente. Cosa curiosa que nosotros no les hayamos visto antes de llegar aquí. La conclusión es obvia, el resto del grupo se ha perdido, fantástico, seguramente han tomado una desviación a la derecha que hemos visto un kilómetro más atrás.

Continuamos con la cura de Luis, mientras cruzamos los dedos para que se den cuenta pronto de que se han equivocado y no tengamos que ir a buscarlos. Todavía estamos con la cura, cuando aparecen los demás. Por lo que cuentan se han metido en una zona, que se podría considerar como la mayor reserva de mosquitos de África y han decidido regresar sobre sus pasos, antes de ser "devorados". Al llegar al cruce se han dado cuenta de su error. Dejamos la cura de Luis a los profesionales. Si gritaba al limpiarle yo, con Belén, simplemente huye. Casi nos da pena. Nacho pone manos a la obra y a golpe de martillo, consigue enderezar el pedal de freno y por lo que dice, el accidente no va a tener mayores consecuencias en lo que a la moto se refiere. Reemprendemos la marcha cuando Belén se apiada de Luis.

Nada más pasar la desviación a Boumia, nos detenemos bajo un árbol para comer. Sin darnos cuenta nos hemos metido en un sembrado reseco del que al parecer no brota nada, nos acomodamos como podemos a la sombra y preparamos la comida. Se levanta un viento muy molesto, que nos vuela hasta los platos de plástico. Después de comer aprovechamos para rellenar los depósitos de gasolina.

- Candela.

Con los estómagos llenos, seguimos avanzando hacia Midelt. Al poco rato llegamos a un puente de hormigón, único en las montañas, junto a un pequeño pueblo llamado Tizi-n-Zou, en el que hace dos años nos cayó una granizada de espanto. Pese a que el río es fácilmente vadeable en esta zona, todos pasan por el puente, menos el Patrol, que casi no pasa. Debido a su anchura, no cabe en lo que es el ancho "utilizable" del puente, así que Candela ni corto ni perezoso, sube una rueda en el borde y lentamente lo va atravesando, en medio del griterío de sus pasajeras, que no lo ven tan claro como él.

Cuando cruzamos el pueblo, parte del grupo se nos despista. Mientras estamos parados esperándoles, una multitud de críos nos rodea, uno de ellos mete la mano por la ventanilla haciendo gestos para que le curemos. Se me pone la piel de gallina, tiene la mano completamente abrasada y no podemos hacer nada por ayudarle, ya que si le damos una crema y se lo vendamos, la barrera del lenguaje nos impedirá hacerle comprender cuando se lo tiene que cambiar y si no lo hace, puede que el remedio resulte peor que la enfermedad.

Salimos del pueblo y al poco, notamos que Carlos y Cris ya no vienen detrás nuestro, así que paramos a esperarles. Pasa el tiempo y no vienen. Para no seguir con la incertidumbre mandamos a los "moteros" al rescate. Nos encontramos en un alto al final del valle y observamos con los prismáticos a ver si regresan, la vista desde aquí es muy buena. Todavía tardan bastante. Cuando llegan nos comentan que han perdido el bote de expansión del radiador en un bache y han tardado un buen rato en colocarlo otra vez en su sitio.

La caravana se pone de nuevo en marcha, excepto Chuchi que viene conmigo en el Suzuki y yo que nos quedamos tirados como trapos, ya que al parecer la bomba nueva de la gasolina tampoco funciona como debiera. Cuando todavía no hemos perdido de vista a los otros, comenzamos a hacer sonar la bocina de señales y el claxon, pero no nos oyen y siguen adelante.

Más bien desanimados, levantamos el capó y comprobamos que la bomba de la gasolina se ha descebado de nuevo. También observamos que dándole al arranque una y otra vez, la gasolina va subiendo por el tubo, así que le damos sin parar, con la esperanza de que llegue al carburador. Al cabo de un rato lo conseguimos, el motor comienza a toser y finalmente se pone en marcha. Encontramos a los demás esperándonos y continuamos todos juntos. Está claro que no puedo dejar de preocuparme y que el coche nos puede dejar tirados en cualquier momento, así que cuantas menos veces lo pare, mejor.

A media tarde llegamos a casa de los beréberes que conocemos de años anteriores. Se alegran mucho de vernos y rápidamente nos invitan a pasar, mientras que todas las mujeres de la familia, con sus típicos pañuelos en la cabeza, se ponen en marcha para hacernos los honores como invitados. Por supuesto lo primero es el té. Como no tienen vasos suficientes, van corriendo a la casa más próxima (lo que aquí no es decir mucho en lo que a distancia se refiere). Pasamos al interior dejando el calzado en la puerta. La casa es el máximo exponente de la sencillez, pero sin embargo está limpia. Nos sentamos sobre unas mantas dispuestas al efecto, alrededor de una de las dos habitaciones que componen la vivienda, la otra es la "cocina".

El abuelo está con nosotros, es un anciano, prácticamente ciego por una enfermedad que con el tratamiento debido no hubiese llegado a más. Parece una estatua, es el único árabe de la familia, todos los demás son beréberes. Permanece sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, apoyado en una de las paredes sin inmutarse por nuestra presencia. Pese a su pasividad, es a él a quien hay que pedir permiso para tomar fotografías. Fátima, una de las nietas, se sienta a su lado y haciendo de "lazarillo" le narra todo lo que él no puede ver.

- Fatima y su abuelo.

Al poco rato llega la madre, una mujer fuerte, de poca estatura, con una sonrisa permanente. Es difícil determinar su edad, ya que los habitantes de esta región, debido a unas muy duras condiciones de vida, tienden a perecer mayores de lo que son, envejeciendo más deprisa de lo habitual. Comienza la preparación del té en una rudimentaria estufa situada en el centro de la sala. Atiza el fuego con un fuelle y en un instante el agua está hirviendo, luego, la proporción justa de té, menta y azúcar. Mucho azúcar, que además está en piedras y hay que partirlo golpeándolo con el culo de un vaso. Para disolverlo, vierte cuidadosamente parte del contenido de la tetera en un par de vasos, devolviéndolo de nuevo a la tetera, operación que repite varias veces. Un agradable olor a menta llena la estancia. Nos sirven un vaso a cada uno y tardamos un rato en poder beberlo.

- Preparando el té.

Al parecer, también están preparando algo para comer. Hadda nos trae agua para lavarnos las manos, una palangana recibe el agua sucia mientras nos vierte la limpia sobre las manos. Se trata de otra especie de ritual de la hospitalidad. La comida consiste en unos huevos cocidos, desmenuzados en un plato con aceite, pura proteína, con pan para acompañar, que las mujeres de la casa comparten con nosotros. Aunque todos dicen que está bueno, personalmente prefiero abstenerme. Hace tiempo, no muy lejos de aquí, tomé la determinación de no volver a comer nada que no me apetezca, aún a costa de ser descortés con mis anfitriones (salvo que los anfitriones sean hostiles y esté en juego mi físico...).

- Curso de honda...

Más tarde Chuchi recibe unas clases sobre la utilización de la honda y todos tenemos que salir corriendo para evitar la pedrada, que dada la suerte que estamos teniendo, parece inevitable. Gracias a Dios nadie resulta herido.

Se quedan tristes cuando descubren que no pensamos quedarnos a dormir, antes de marchar pasamos por los coches y les regalamos todo lo que no vamos a necesitar, ropa calzado, algunos útiles de cocina y un montón de aspirinas. Me da rabia pensar en toda la ropa que se quedó en Carmona, después de dos años guardándola para esta gente. Que se le va a hacer, cosas de la mala suerte.

- Otro día que termina.

Cuando nos vamos, el sol se oculta tras nosotros en el horizonte y tenemos que encender las luces para ver por donde andamos. Yo también estoy triste por tener que marcharme de aquí, la sonrisa de Fátima o Hadda, su estilo de vida estancado en el tiempo, la hospitalidad sincera, son parte de las vivencias más auténticas del viaje y da rabia tener que marcharse corriendo. Yo hubiese preferido perder la noche de hotel, por muy pagada que estuviese y haber vivido un día entero con esta familia. Pero el tiempo apremia, hemos acumulado tantos retrasos, que no nos podemos permitir quedarnos. La pista comienza a tener peor aspecto que en todo el viaje. Hay zonas en que la inclinación lateral es preocupante. Cuando llega al 20%, tomamos la decisión de que los pasajeros se cuelguen de los coches para evitar un posible vuelco.

Este no resulta el único obstáculo a afrontar, el coche de Carlos se pone temperamental y comienza a quedarse sin batería, los faros alumbran menos que dos velas y se tienen que ayudar con una linterna para ver por donde van.

Por si esto fuese poco, llegamos a un punto donde la pista desaparece por completo y en su lugar hay un socavón cortado a pico que es totalmente infranqueable, de nuevo las riadas han barrido la pista a su paso y tendremos que dar un rodeo. Estamos como queremos. Retrocedemos andando, cargados de linternas, hasta que encontramos una rodera que desciende ladera abajo, bajamos y comprobamos que pasa por un pedregal de la rehostia (el cauce seco del oued que cortó la pista), para luego ascender por la ladera de enfrente hasta ganar de nuevo el sendero. Casi nada...

Regresamos a los coches y ponemos manos a la obra. Paso yo abriendo camino, haciendo caso omiso de Chuchi, al que le parece imposible que podamos conseguirlo (aun conoce poco las aptitudes de los 4x4). Salgo de la pista y comienzo a descender por la ladera, mientras el coche se inclina peligrosamente, llego al pedregal y los dos que venían colgados en el exterior del vehículo, haciendo de contrapeso, se apean. La verdad es que el pedregal es grande, con la reductora metida piso a fondo y el "Suzu" sale saltando sobre las enormes piedras y en el interior todo vuela por los aires, consigo pasar los pedruscos y continuo pisando a tope, remonto la otra ladera dando tumbos y ¡¡voalá!! conseguido, estoy de nuevo en la pista.

No parece tan difícil. Seguidamente lo intenta Carlos. Comienza muy bien, baja desde la pista sin problemas y afronta el pedregal con mucha garra, pero cuando está justo en medio se le para el coche y decide no volver a arrancar. Capó arriba y Nacho a trabajar, se acerca al coche y después de observarlo un momento le pega tres golpes con un destornillador y como si hubiese sido una varita mágica, el motor cobra vida de nuevo. La lástima es que después de avanzar un par de metros, se vuelve a parar y esta vez no hay golpecitos que valgan. Mientras sucede todo esto, hemos tratado de iluminar la zona con los faros del coche que ya ha pasado. Atraídos por la luz van llegando poco a poco beréberes, que como los jubilados, no tienen otra cosa que hacer y se entretienen viendo como curramos. Como vemos que no hay forma de sacarlo sin utilizar unas pinzas y la batería de otro coche, decidimos intentar remolcarlo. El remolque resulta mal y finalmente es Nacho quien consigue que arranque y Carlos puede salir del atolladero por sus propios medios, llegando por fin a la pista. Ya van dos.

Las motos pasan mejor por el pedregal. Le toca el turno a Luis, aparte de tener que quitarle un par de piedras enormes de delante de las ruedas, lo consigue sin mayores dificultades. El Patrol pese a su tamaño, nos sorprende pasando sin más apuros que los Suzukis. Todos gritamos, silbamos y aplaudimos cuando el último vehículo lo consigue, finalmente hemos superado un obstáculo que nos ha hecho "currar" fuerte, pero claro, algo más tenía que fallar: el coche de Carlos y Cris decide pararse de nuevo. Ni corto ni perezoso, Carlos se tira literalmente por la ladera con él, para arrancarlo de nuevo, nos pone a todos los cojones de corbata, pero lo consigue y regresa a la pista marcha atrás. La verdad es que Carlos está cabreado por varias cosas, una de ellas es el problema eléctrico que tiene el coche y la otra, un paquete de jabón que lleva en la baca, que se ha debido abrir y no deja de ver como le cae detergente en polvo por el parabrisas, haciendo responsable del "desastre" a Cristina, que no sabe donde meterse.

El camino sigue muy, pero que muy inclinado. Atravesamos diversos obstáculos de menor magnitud y quizás en el punto en que más inclinado está el terreno, el Suzu de Carlos y Cris que viene el segundo, detrás nuestro, decide que ya ha andado bastante y se vuelve a parar. Tampoco en esta ocasión los golpes mágicos de Nacho parecen ser suficientes para solucionar el problema. No cabe la posibilidad de acercar otro coche y dar corriente con unas pinzas, ya que la pista es tan estrecha, que ni siquiera pueden pasar las motos sin arriesgarse a caer por el terraplén.

Afortunadamente Nati está por delante del coche averiado y Azu y yo también. Decidimos continuar la marcha hasta que lleguemos a un alto, en el que sin duda habrá terreno plano como para poder acampar. Esta claro que no conseguiremos salir hoy de las montañas, ya es muy tarde y estamos todos demasiado cansados y tensos como para seguir, aparte de que las condiciones del terreno son muy duras, las averías constantes y queda la tira hasta Midelt.

A poco más de un kilómetro, encontramos un alto y efectivamente hay una zona plana. Desmontamos la batería de nuestro Suzu y la sujetamos en el transportín de la moto de Nati, que regresa junto a los demás con ella. Una vez allí, cambian la batería descargada de Carlos por la nuestra y finalmente consiguen llegar. A partir de ahora llamaremos a este lugar "La Colina de la Hamburguesa", por lo que nos ha costado "tomarlo".

La temperatura ambiente ha descendido considerablemente y de nuevo hay que abrigarse. Montamos el campamento y mientras cenamos se echa un vistazo a las maltrechas mecánicas que tantos problemas nos están dando. No solucionamos gran cosa. El cansancio nos vence y nos vamos a dormir. Se echa de menos el whisky.

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