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Viajar a Marruecos

Viaje 1998 - 3ª Etapa: Jaffar / Puerto

 


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19 Agosto 1998, Miércoles.

Después de una noche con mucho viento, en la que nos ha costado mucho descansar, desayunamos en medio de un vendaval importante, que dificulta mucho la labor de quitar las tiendas de campaña.

9826peq.jpg (1212 bytes) Nos ponemos en marcha a las 9:30 A.M. Al poco rato llegamos al collado (N-32º33.175’  O-04º53.661’) que da paso al Circo de Jaffar y si la noche anterior la inclinación lateral de la pista acojonaba un poco, lo que estamos atravesando ahora cuesta describirlo; hasta 30º de inclinación a la derecha en algún punto concreto, pero con una ladera al mismo lado, que se desploma más de cuatrocientos metros de desnivel hasta el fondo del valle. Trato de concentrarme en la pista y en la enorme mole del Jbel Ayachi, que preside el paisaje con sus 3.737 metros de altura, pero mi mente me dibuja continuamente un flamante coche de cinco "kilos" rodando ladera abajo... que escalofríos...

El del Suzuki SJ si que suda tinta, cuando por fin llegamos al fondo del valle, nos confiesa que no se las ha visto tan mal en su vida. Después de perder un cuarto de hora en explorar una pista que no es la correcta, me reúno de nuevo con el resto del grupo y continuamos nuestra incursión en las montañas. Después de una curva, me encuentro de frente ante una enorme piedra que ha caído y tapa la parte izquierda del camino. El problema es que a la derecha hay un precipicio de tres pares de cojones... Azu me indica la maniobra, al primer intento no lo consigo, ya que me cierro demasiado y estoy a punto de rozar la piedra con la aleta trasera izquierda, así que lo intento de nuevo. No veo el precipicio, pero solo con ver la cara de Azu mientras me indica, tengo bastante, no me debe de sobrar nada. Cuando Azu sube al coche, me dice que no me sobró, si no que me faltó... la rueda delantera derecha llegó a tener la mitad de su anchura en el aire...

A la una del mediodía llegamos a casa de nuestros antiguos amigos beréberes, Fátima y su familia (N-32º33.175’ O-04º53.661’). Nos despedimos de los de Huelva y entramos los coches hasta la casa familiar. A simple vista, la casa ha cambiado, lo que antes era el porche es ahora un pasillo y han añadido dos habitaciones más. Por lo demás casi todo sigue igual.

El abuelo, un viejo casi ciego, al que francamente no pensábamos encontrar, ya que en nuestra última visita parecía que estaba mal, sigue fresco como una lechuga. La madre de Fátima si que acusa el paso de los años, la encontramos muy cambiada, más arrugada, se puede leer en su rostro el paso de seis inviernos y seis veranos de clima implacable y duro trabajo. Fátima esta hecha toda una mujer y tiene una preciosa niña pequeña a la espalda, que al parecer es hija suya. No hay rastro de un supuesto marido. Tampoco encontramos a las hermanas de Fátima.

Como siempre nos invitan a entrar y nos damos cuenta de que no nos han reconocido, deben ser muchos los que han pasado por aquí en estos seis años de ausencia y ellas nos deben ver muy similares a todos los europeos que pasamos por estas montañas, a lomos de nuestros 4x4 llenos de polvo. Además no viene ningún coche de los de otras veces. Tomamos asiento sobre las alfombras que cubren el suelo de la estancia principal de la vivienda y veo que la madre me mira mucho, creo que esta comenzando a pensar que me ha visto antes. Sin darle tiempo para que siga pensando, le entrego un cuaderno de hojas A4, en el que van impresas unas treinta fotografías que tomamos aquí en 1992. La foto de portada es un primer plano de ella misma, lo mira, lo remira y lo vuelve a mirar, pero no se da cuenta de que esta viendo su propia imagen. Le explico (por el lenguaje mímico que utilizamos para entendernos con los beréberes), que se trata de ella misma, me mira incrédula, en ese momento entra Fátima y nada más ver la foto le explica a su madre de que se trata.

Seguramente el problema es que aquí no están demasiado acostumbrados a verse en un espejo y mucho menos a tener fotografías familiares en las que se ve como va pasando el tiempo, así que hemos traído a esta familia su primer y único álbum de fotos. Van pasando las páginas entusiasmadas, sin parar de reír y de hablar a toda velocidad de manera ininteligible y es en este momento cuando se dan cuenta de quienes somos y empiezan a recordarnos, el trato cambia y notamos que ahora somos viejos conocidos de la familia. Señalando en las fotos a las hijas que faltan, nos explican que una de ellas, Hadda esta en el monte cuidando el ganado, más concretamente un rebaño de cabras. Sobre la otra hija creemos entender que se ha casado y ya no vive en la casa, aunque también pudiera ser que ha fallecido... esto de no saber beréber es un problema. Me encantaría tener un interprete.

Nos preparan un magnífico té de menta, hablamos largo y tendido entre nosotros y tratamos de entender todo lo que ellas nos cuentan, mientras vamos dando buena cuenta del hirviente liquido. Al poco traen la palangana el agua y la toalla para que nos lavemos las manos, es una ceremonia curiosa que nunca dejara de llamarme la atención y que anuncia que nos están preparando algo de comer. Efectivamente, al poco, nos traen un par de fuentes de huevos revueltos sumergidos en aceite y un montón de tortas de pan recién salidas del horno. Un manjar. Benson, que nos esta saliendo un poco "melindres" con las comidas, ni siquiera lo prueba, pero los demás nos ponemos como "chones".

Mientras terminamos con la comida, traemos una montaña de ropa, calzado y juguetes usados que hemos recopilado antes de salir de casa y se lo regalamos a nuestras anfitrionas. Nadie que no haya estado aquí, se puede hacer a la idea de la alegría desmedida y sincera que se refleja en las caras de nuestros amigos beréberes cuando abren las bolsas con los regalos. La verdad es que para ellos, la cantidad de cosas que les hemos traído, resulta abrumadora, pese a lo cual lo miran todo y no paran de hablar ni un solo instante, dándonos las gracias una y otra vez. Pero el mejor momento es sin duda, cuando Ana le da una pequeña muñeca a la hija de Fátima, una pequeñina que tendrá un par de años escasos. La "peque" agarra con su mano la muñeca, mirándola fijamente con una mezcla de sorpresa e incredulidad, hasta que de pronto se dibuja en su carita una sonrisa indescriptible, solo por estos momentos ya merece la pena el viaje.

Benson se sobrecoge cuando ve a la matriarca de la familia hacernos un gesto con el dedo alrededor del cuello, ese que se usa habitualmente en cualquier país, para indicarte que te van a rebanar el gaznate... Le tranquilizo diciéndole que sin duda nos están preguntando si queremos que sacrifiquen un animal para darnos un banquete a tono con los regalos recibidos. Nos cuesta mucho rehusar el ofrecimiento, ya que nos encontramos muy a gusto disfrutando de su hospitalidad, pero nos queda demasiado camino por delante y disponemos de un tiempo limitado antes de regresar a la rutina. Así que nos despedimos de toda la familia y continuamos viaje sin mirar atrás. Se quedan muy tristes y salen a despedirnos hasta la pista. Siempre que me voy de aquí me queda la sensación de que debería de quedarme unos días con esta familia, sería sin duda una experiencia enriquecedora.

9802peq.JPG (1963 bytes)  Seguimos los pasos de los de Huelva. En esta ocasión la pista me esta resultando inusitadamente larga, ya que el camino esta muy deteriorado por el agua y pese a lo bien que va el Mitsubishi, resulta cansado dar tantos botes. Llegamos a un pueblo Tizi-n-Zou que ya conocemos de otros viajes y en el que sus habitantes siempre nos han resultado un poco más plastas de lo habitual (que ya es decir). En cuanto nos acercamos a las primeras casas, una nube de adolescentes talludos, se acercan a los coches y tratan de llevarnos por donde ellos quieren. A mi se me sube uno en la estribera del Mitsubishi y no para de hacerme señas y darme gritos indicando como loco a izquierda y derecha, como si no estuviese seguro de por donde se atraviesa el pueblo. Le indico amablemente que se baje del coche y continuo mi camino. El tío se sube de nuevo y esta vez no solo me grita, si no que mete la mano por la ventanilla y me agarra del brazo. Le pido de nuevo que se baje, ni puto caso. Paro el coche y le ordeno que se baje, cosa que hace. Según continuo la marcha se sube de nuevo, freno bruscamente y me bajo del coche, el tío que no es tonto sale corriendo. Aunque parezca increíble, en cuanto me subo al coche y arranco de nuevo, el pavo llega corriendo y se me sube otra vez en la estribera, mi mala hostia ha ido aumentando por momentos y llegados a este punto estoy muy, pero que muy cabreado, ya sé que aquí hay que tener más paciencia que la habitual, pero es que estos críos grandes (unos 15 a 19 años), ya no resultan graciosos, si no que molestan mucho, mucho, mucho. Así que saco medio cuerpo por la ventanilla y lanzo al polizón a la calle, el tío sale corriendo delante del coche (craso error) y yo intento atropellarlo mientras Azu me grita que no me pase, no vaya a ser que lo pille de verdad. Parece ser que ver venir por detrás al Montero levantando polvo por una calle del pueblo resulta disuasorio, por fin nos libramos del tío plasta y callejeamos hasta salir del pueblo.

Llegados a este punto comprobamos que los demás no nos siguen, solamente llega Nacho, que pese a ser uno de los tipos más pacientes que conozco, esta realmente cabreado, jura y maldice a los chavales del pueblo, que le han intentado quitar la bolsa que lleva en el portaobjetos de la moto y han estado a punto de hacerle irse al suelo en un par de ocasiones.

De pronto escuchamos a Benson que grita por la emisora, pidiendo socorro, ya que al parecer lleva media docena de tíos subidos al coche, y le están intentando levantar la rueda de repuesto que lleva en la vaca, al parecer Candela esta intentando espantarse a los suyos y no le puede ayudar, además cada vez que para se alejan, pero en cuanto vuelve a ponerse en marcha se le suben de nuevo de momento han destrozado las bolsas de basura del día anterior, regando todo su contenido por las calles del pueblo y según Ana que trata de espantarlos del techo sacando el cuerpo por la ventanilla, están intentando sacar la rueda que ya esta medio suelta. Les digo que continúen hasta donde nosotros estamos y ya se los espantare yo. En este momento mi mala hostia alcanza el clímax.

Me bajo del coche y le digo a Nacho que continúe y retrocedo andando unos metros hacia el pueblo. Veo venir a Candela y Montse ya sin polizones y a los pocos metros a Benson y Ana con tres tíos subidos literalmente en el techo del coche. Les hago señas con la mano para que no se detengan a mi lado y percibo como los dos pisan el acelerador. Los asaltantes también me han visto y se apresuran a saltar del coche, quedándose a unos quince metros de mí en una actitud totalmente desafiante. Me doy la vuelta y regreso andando al coche, mientras la media docena de "capullos" me siguen de cerca, en ese momento recojo del suelo una gran piedra, doy media vuelta y salgo corriendo gritando como un poseso "¡¡A POR ELLOOOOOS!!", inmediatamente emprenden la huida, mientras miran atrás de vez en cuando, pero al comprobar que sigo corriendo, se convencen de que la cosa va en serio y aceleran hasta perderse en la primera calle del pueblo.

Regreso al coche resoplando por la carrera (el tabaco me mata) y nos ponemos en marcha. Oímos por la emisora a los de Huelva, que alertados por nuestra conversación preguntan si es necesario que regresen a echarnos una mano, ya que ellos también han tenido problemas en el mismo lugar, pero les decimos que ya no es necesario. Deben de estar muy lejos, ya que casi no conseguimos escucharles por encima del ruido de la estática. Al cabo de unos kilómetros paramos para fumar un cigarro tranquilos y comentar los acontecimientos. A Benson el episodio le ha dejado francamente impresionado y a partir de aquí se pondrá nervioso cada vez que crucemos algún pueblo.

Cruzando un valle cubierto por un bosque de cedros, encontramos de nuevo a los de Huelva que están de sobremesa. Decidimos parar a comer y de paso charlamos un rato con ellos mientras preparamos la mesa. Nos comentan que tuvieron los mismos problemas que nosotros para atravesar el dichoso pueblo y que al último coche de la comitiva, el Montero corto, le robaron la funda de la rueda de repuesto. Cuando tenemos la comida lista se marchan los de Huelva, nos despedimos de ellos ya que no sabemos si coincidiremos de nuevo en algún sitio, ya que nosotros no tenemos una ruta estricta, si no que podemos modificarla a medida que nos apetezca. Comemos y nuestra imaginación se desboca, imaginamos cruzar de nuevo el pueblo dentro de un par de años, pero con un artillero sobre el techo de cada coche, con una ametralladora de posición y munición explosiva, mientras unos altavoces de 10.000 vatios colocados en las defensas dejan salir a todo volumen la Cabalgata de las Walkirias de Wagner...

9806peq.JPG (1639 bytes) Regresamos a la realidad y la pista va ascendiendo poco a poco encaramándose en las montañas, mientras que el altímetro del coche supera ya los 2.000 metros. Nos detenemos para hacer fotos al coronar el puerto. Los paisajes del Atlas son singularmente impresionantes, me siguen impactando igual después de los años, que la primera vez que estuve aquí. Iniciamos el descenso a hacia Imilchil y nada mas comenzar a bajar veo una verde pradera de yerba muy tupida a la izquierda de la pista, parece un oasis de verdor entre tantos tonos ocres y además en su parte central es completamente plana. Como son las nueve de la noche decidimos que son el momento y el lugar adecuados para acampar. Montamos las tiendas cerrando el semicírculo que hemos hecho con los coches y en el centro montamos las mesas las sillas y todo nuestro equipo de "domingueros de altura" (estamos a 2.500 metros sobre el nivel del mar...).

Ya tenemos montado el campamento cuando se hace de noche. Cenamos abundantemente y paramos mucho rato charlando sobre los paisajes y situaciones acaecidas a lo largo de la jornada. Benson definitivamente le ha cogido miedo a los pueblos, creo que pensó que de allí no salía... Ana trata de tranquilizarle, pero tampoco tiene éxito. Uno a uno se van al saco hasta que finalmente la botella de whisky y yo nos quedamos solos. Sigo sentado en la silla, hablando solo y en voz alta, decidido a no dejar dormir a estos "mariquitas" que no son capaces de trasnochar un rato conmigo. Bajo un cielo estrellado como no hay en ningún otro lugar, de vez en cuando les oigo reírse de mis ocurrencias etílicas, pero no consigo que ninguno salga de la tienda para tomar un trago conmigo, solamente Benson esta tentado de salir cuando le digo lo mucho que me gusta el GR. No sé a que hora, pero algo tocado, me "arrastro" hasta el interior de la tienda.

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