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Viajar a Marruecos

Viaje 1998 - 8ª Etapa: Zagora

 


24 Agosto 1998, Lunes.

Hoy no va a ser un día complicado. Azu me despierta a las diez de la mañana cosa que no me hace ninguna gracia, yo hubiese aguantado en la cama por lo menos hasta las 12. Desayunamos en el restaurante del hotel y la temperatura ya debe de rondar de nuevo los 40º. Aprovechamos para ir al banco a sacar dinero. Cuando salimos por la puerta del banco un joven se nos acerca y me dice que si quiero el puede reparar la rueda pinchada del coche de mi amigo... ¡tócate los cojones, que control! Solo hemos estado unas horas aquí y este ya sabe que grupo somos, que ayer hemos tenido un pinchazo y que no he sido yo si no uno de nuestros amigos el que pinchó, como funcionan estos tíos, admirable. El aspirante a mecánico nos acompaña hasta el hotel y no duda en repetirnos unos dos millones de veces que avisemos a nuestro amigo para que salga a reparar el pinchazo.

9818peq.JPG (2530 bytes) Nos instalamos tan ricamente bajo una de las sombrillas de la piscina mientras esperamos a que los demás se levanten. Nacho amanece el último y nos dice que anoche se tumbó vestido sobre la cama y ha amanecido en la misma posición. Salvo una salida de Candela para reparar la rueda del coche, pasamos toda la mañana y la mayor parte de la tarde en la piscina. Por la tarde, me doy una vuelta yo solo por la pista que nos trajo anoche hasta aquí. Es el sitio ideal para darle caña, recorro unos diez kilómetros hasta que decido regresar para intentar subir la montaña que domina la ciudad de Zagora. Encuentro la pista que asciende por la ladera. Las vistas son impresionantes desde lo alto, el oasis interminable a los lados del Oued Draa y la ciudad entre la bruma de una tormenta de arena al atrdecer, le confiere a la estampa un aire casi mágico. De regreso al hotel aprovecho para llenar el depósito y no se muy bien porque, decido lavar el coche, mientras lo dejan como la patena me tomo unas Coca - Colas con el dueño de la gasolinera, al tiempo que charlamos tranquilamente, como lo hacen aquí, sin prisas, como si se tuviese por delante todo el tiempo del mundo. Me comenta que él en su juventud se dedicó a llevar expediciones al desierto, haciendo de guía, pero que le gusta más su ocupación actual.

Cenamos en una jaima - restaurante que hay junto a la piscina, lo que menos me gusta de los restaurantes típicos es que cenas encogido, las sillas no pasan de ser "taburetes para niños". De todos modos la cena resulta estupenda, comemos uno de los mejores tagines que he comido nunca. De nuevo nos damos un baño nocturno mientras nos tomamos unos whiskys en la terraza. Que día, para habernos hecho daño...

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