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Relatos 4x4

Yo pensaba que podía pasar por ahí

 


Pues sí, yo pensaba que podía pasar por ahí. De hecho, paso cada día dos veces. Y como siempre, sólo mi caballo de hiero y yo. El camino es malo, serpentea cruzando la riera de Cervelló y está trufado de piedras de todos los tamaños, basuras, maderas con clavos, neumáticos abandonados, pozos de barro aislados, robustos matorrales que crecen con una salud insolente ocultando variopintos objetos (el agua -cuando baja- los arrastra hasta los matorrales donde se ocultan traidoramente), un aroma característico que parece insinuar: "Como te bajes del coche te lo van a notar toda la semana aunque te laves con salfumán..." Y esto ocurrió el sábado al mediodía, con la mujer en el asiento de al lado con una continua perorata que de mil maneras distintas decía: "No podríamos ir por la carretera como todo el mundo, que porquería de sitio, etc...?, Mientras, la niña, en el asiento de atrás juega con sus muñecas ajena completamente a la tragedia que se avecinaba. Y yo, orgulloso de mi potente máquina, pensaba: "Ya estamos de nuevo aquí, esto es más chulo que la carretera, no problem... Siempre paso por aquí y lo tengo dominado...."

Pero no. Esta vez no pude pasar. Quizás por ir mas despacio por los pasajeros, quizás por no pasar exactamente por el camino habitual por aumentar el confort, quizás el fango estaba con una densidad diferente de la habitual... El caso es que noté perfectamente como el morro bajaba, miro rápidamente al tablier y veo el testigo de la transfer marcando "4x4", y justo en ese momento noto como el eje posterior también quiere jugar a esconderse en el barro. Desaparece el orgullo de golpe. Seré imbécil... Y ahora qué... Alante, atrás, girar, nada. Tendré que bajar de aquí. Que asco....! Y la mujer diciendo en tono más airado: "Ya te decía yo, ya verás ahora, y la compra atrás, ¡Ay!, y los congelados..." Opto por callar. Abro la puerta.

Una oleada de aire caliente y hediondo penetra en el coche, provocando que la pequeña note que algo pasa y diga: "¿Que pasa? ¿Dónde estamos?" Busco un lugar para poner un pié en el suelo. Parece firme. Salgo del coche. Usaré aquella piedra para el otro pié. Mierda, la piedra se mueve y meto mi querido pié hasta el tobillo en un fanguillo pegajoso y hediondo. Bueno, ahora ya está. Ya da igual. A duras penas puedo rodear el coche para hacer una composición de lugar, el asqueroso barro hediondo se pega en los zapatos impidiendo andar. Recojo unas piedras, unos plásticos, unas basuras y las pongo como puedo para poder moverme. Mi mujer se da cuenta de que estoy angustiado de verdad y se calla de una santa vez y se dedica a llamar a todo el mundo con el móvil. Encuentro unos tablones podridos y recojo unas piedras, intentaré poner cosas bajo las ruedas para aumentar la tracción... Una hora.

Sol, barro, olor, sudor, y al final el coche más hundido que antes. Bueno, es hora de usar la eslinga y el Tractel. Pero, ¿dónde lo engancho? En el barro no hay nada sólido, no hay árboles, no hay nada, y menos al alcance de la eslinga, claro. Pienso: "cuando salga de aquí me voy a comprar una eslinga que dé la vuelta al mundo". Pues nada. A cavar. La idea: atar una piedra grandota con la eslinga, enterrarla y a estirar. Cavar... Con la pala plegable de Tierra 4x4... Ni para arreglar macetas sirve la palita ésta. Pero no hay otra. Hago un gran hoyo, clavo a pedradas en el borde más próximo al coche maderas de paleé verticales, paralelas y próximas para que hagan de tope para la piedra, para que la piedra presente una pared plana a la tierra y no se arranque del suelo. Cubro mi ingeniería con tierra y piedras, pongo el tráctel, tenso, tenso, y compruebo que el tráctel es una porquería. "Doble dentado de seguridad" recuerdo que decía la propaganda. Lo miro, lleno de barro-mierda, las dos uñas de la carraca no enganchan. Habrá que limpiarlo un poco... Busco una garrafa de agua mineral por ahí, la lleno con el agua más limpia que encuentro, y limpio como puedo el mecanismo. Nada, que el mecanismo es una porquería. El muelle es débil. McGiver me llaman en la oficina, ¿no? con alambres y muelles de un somier abandonado, y las alicates del Pryca, perfecciono, -sí, como suena- el mecanismo. Ahora sí que va. Crac, crac, crac, estiro hasta que no puedo más. El coche, ni se entera, la piedra aguanta bien. La palanca del tráctel empieza a doblarse. ¡Vaya palanca! ¿Nadie en la lista a usado nunca un tráctel de éstos? Convenzo a la mujer de que ayude con el motor, a estas horas tiene un mosqueo... Éxito parcial. Un metro. Se vuelve a empanzar.

Compruebo con horror un nuevo problema: Ahora la puta piedra no me va bien, está demasiado cerca del coche y no se adapta a la longitud de la eslinga, si la pongo simple sobra y falta si la pongo doble. Nuevamente, McGiver in action. Uso una madera de paleé para enroscando y anudando, adaptar la longitud de la eslinga. Repetimos la operación. Éxito parcial nuevamente. Vuelta a adaptar la longitud... Mierda de tráctel, con metro y medio de cable no hay para nada... Vuelta a probar y al fin libres. Bueno, libres ellas dos y el coche, yo sigo preso de la vergüenza, humillado por la suciedad, precedido por el aroma...

Conclusiones: Llevaré siempre varias eslingas de diferentes longitudes, unas botas de goma, un tráctel decente, unos guantes, una pala (o mejor una azada) profesional, unos hierros de esos de poner dentro del hormigón, un hacha que tenga martillo por el otro lado... Para mi Rainforest particular de dominguero. Propongo a los listeros que nos intercambiemos los números de los móviles para poder ayudarnos. Es tan fácil quedarse empanzado...

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