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Relatos 4x4

Una niña en el Sahara

 


Cuantas veces hemos oído frases como estas, echar la culpa a los hijos. sobre todo pequeños, de muchas ocasiones perdidas, de vacaciones frustradas, de viajes que se han quedado en menores sueños encima de un mapa exótico. Y aplazar sine die la cita con Groenlandia o con el Amazonas, con el Himalaya o con el desierto del Sahara. Sobre todo con este último, tan cerca de nosotros, apenas en la otra orilla de ese charco que llamamos Mare Nostrum. Teníamos el convencimiento - ahora también las pruebas - de que los niños eran y son más una excusa que un verdadero obstáculo, a menudo las fáciles y cómodas coartadas de quien, más por pereza mental que por miedo, no se atreve. Pero había que demostrarlo. Nosotros lo hemos podido hacer recientemente gracias a la iniciativa conjunta de AutoAventura 4x4, del periódico Il Messaggero de Roma y del mensual Weekend & Viaggi de Milán. 

El contacto de los niños con el desierto es una experiencia más fuerte e inolvidable que en los adultos. Unas raquetas de tenis recortadas y adaptadas hacen maravillas para trepar por las dunas. Que placer andar por las crestas de arena con todo el inmenso arenal alrededor. Fuente en un oasis protegida del sal, el agua viene canalizada desde los pozos. El contacto directo con niños de otras razas y costumbres es más provechoso que verlos por la tele. El principio han creído necesario, con la debida prudencia, romper un tabú infantil que demasiado a menudo impide a padres e hijos nuevas experiencias que pueden sólo aportar beneficios en el plano personal y en el colectivo del núcleo familiar. Porque aventura juntos significa complicidad y solidaridad; experiencia juntos es enriquecimiento más allá de lo insospechable; abrir nuevos horizontes es volver a casa más tolerantes, más dialogantes, mejor dispuestos a comprender y a comprenderse. Y con los hijos, entre hijos y padres, es una oportunidad que no se debe perder. «Una bambina nel Sahara, una niña en el Sahara», nuestra aventura bilingüe.

Hemos elegido el gran desierto argelino porque está a la vuelta de la esquina, al alcance de cualquier automovilista español o italiano. Hemos elegido un período entre agosto y septiembre, porque teníamos que probar en condiciones extremas, cuando la temperatura se acerca a los límites de lo tolerable. Hemos elegido un recorrido mixto, asfalto y pistas, nada imposible, y también nos hemos metido en algún que otro lío. Hemos arriesgado algo, más de lo necesario. Y todo no para aconsejar una repetición milimétrica de la experiencia, sino para garantizar al lector un margen suficiente y saber que, en una estación menos calurosa, en un recorrido con menores problemas y con una preparación personal y del vehículo menos profunda, el Sahara es posible también con los niños. Y si no, que pregunten a Lisa. siete años, que acaba de darnos una lección de resistencia y adaptación y que se declara lista para repetir.

En una revista especializada como AutoAventura, donde el desierto ya ha dejado de guardar muchos de sus secretos, sería inútil y reiterativo entrar en detalles técnicos relativos al vehículo y al equipo necesario, como tampoco es indispensable analizar a fondo nuestro recorrido, uno de los muchos posibles en esa fascinante inmensidad norteafricana. Un Nissan Patrol corto de estricta serie revisado a fondo por los buenos especialistas de Nissan-Reicomsa (pero se puede también con un turismo en buen estado que tenga una cierta altura del suelo); los repuestos esenciales (manguitos, correas, filtros, aceites); dos tablones para salir de apuros en la arena (valen menos de mil pesetas y son tan eficaces como los supersofisticados de aleación de aluminio); un bidón para el agua y otros para carburante, según el recorrido; un botiquín con lo de siempre, más algún antidiarreico, las píldoras de cloro para el agua y..., la seguridad de estar bien de salud. Y ya está.

Almería, Melilla, la frontera marroquí-argelina de Oujda, pasamos la ciudad santa de Tlemcen y entramos en la inmensa meseta del Haut Plateau, verdadera antesala del desierto con la presencia de todos sus componentes: erg, reg, chou y grandiosidad. Algunos cientos de kilómetros y ya tenemos cerca de 50 grados en el coche, pero la niña ni se entera, más atenta a no perderse un detalle, a no dejar de hacer barridos a lo largo del horizonte con sus ojos, reflexionando sobre el valor de la hasta ahora despreciada y común agua potable, la que La curiosidad insaciable de los niños, unida a su imaginación, hacen de todo un mundo diferente. Algunos pastorcillos de cabras nos piden apareciendo de repente detrás de un matorral. Cientos de kilómetros por un asfalto tambaleante y aflojado por un sol de injusticia. Soledad interrumpida por algún camión, por mínimas pero espectaculares variaciones del panorama., por pastores increíbles que se atreven en la inmensa desolación. Muchos controles militares y de policía (Marruecos está a nuestra derecha, y el Polisario también). Los oasis de In Sefra y Beni Ounif, la grande y sedienta Bechar y, por fin, la preciosa Taghit, con su palmeral que envuelve el csar de barro, debajo de las altas dunas del Gran Erg Occidental. Aquí un niño, sólo después de cientos de metros de escalada (por cierto, con “raquetas de esquimal sahariano” que tendremos que patentar), con su silencio y su incontenible maravilla frente a la inmensidad del mar de arena, nos paga el primer dividendo de nuestra inversión en una aventura familiar.

Bordearnos el Gran Erg, bajamos a la bonita Beni Abbés y seguimos por Kerzak y el Ouata, mientras remolinos de arena y un fuerte y cálido viento del sur nos azotan por todo el recorrido haciendo tambalear el coche. El calor es insoportable, el espectáculo de la arena quemada y de algo verde que de vez en cuando lucha por sobrevivir ayuda a distraernos. El espectáculo de la niña boquiabierta que toma notas en su cuaderno de bitácora es todavía más reconfortante. Empezamos a viajar a primeras horas de la mañana, cuando el sol todavía no ha empezado a castigar. Amaneceres fantásticos, desayunos cerca de algún pozo en compañía de algún dromedario que no nos hace caso. Y la primera cita con cortas pistas, en la Sebkha, el gran ex lago salado de Timimoun ese oasis rojo de origen sudanés, donde se respira algo de la otra África, el continente negro. Desandamos el camino por asfalto y pistas, buscamos los problemas y la niña se divierte y ayuda en el ritual de la evaporación del agua para beber fresco. Rumbo hacia Adrar. llegamos a Reggane, la puerta del Tanezrouft («allá donde no hay nada», en dialecto local), el desierto en el desierto.

No podemos apretar demasiado, pero nos metemos algo en las pistas, probamos y hacemos probar a la niña la embriagadora sensación de la soledad absoluta. Dos días más tarde, después de arena y tole ondulé a satisfacción, la aventura se presenta inesperada. Una fuerte tormenta de viento y arena nos azota y nos hace perder una de las tantas y confusas pistas que de Aoulef llevan a In Salah. Clavados en la arena, ciegos a pesar de los cheches, perdidos pero no desorientados. La niña calla y por seis largas horas bajo un sol de justicia es la más sensata en medio de un cierto histerismo que se percibe en el coche y en sus alrededores. Ayuda en lo que puede y la descubrimos rezando. Más tarde, cuando buscamos el rumbo dirigidos por la brújula y un todoterreno lejano responde a la bengala roja que lanzamos al aire en el vendaval de arena, el único grito y la más grande sonrisa son las de Lisa: «¡Mamá, papá, estamos a salvo, estamos a salvo!». Ha pasado mucho, mucho más; hemos tenido muchos y siempre interesantes encuentros, hemos visto con nuevos ojos un desierto que no nos era desconocido. Y algunos miles de kilómetros más adelante, cuando nos acercábamos al Mediterráneo. hemos sido pagados con el mejor de los reproches: «No me lo creo, me parece un sueño y si lo es, me gustaría repetirlo. Pero, papá, porqué no me has llevado antes al desierto?». ¿Porqué?, digo yo.

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