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Relatos 4x4

Mi primer atasco

 


Quizás por ser la primera, se me quedó especialmente grabada en la memoria, una ocasión a finales de un invierno, uno de esos magníficos días soleados, pero fríos de verdad, en que de después de una prolongada sequía el Pantano del Ebro estaba más bajo que nunca de nivel y nos pudimos introducir en su fondo con los Suzukis que teníamos por aquel entonces.

El suelo estaba cubierto de una capa superficial muy fina de barro casi seco, que ocultaba debajo unos cinco o seis cm de barro "chocolatero". Era divertidisimo circular derrapando como en una pista de patinaje por toda la franja que habían dejado al descubierto las aguas pantanosas. Pero como siempre uno se va animando y decidido a llegar lo más lejos posible, tome carrera para pasar a toda velocidad sobre un pequeño regato que no tendría más de cuatro centímetros de agua. El agua, por supuesto ocultaba una espesa capa de barro super pegajoso en el que me hundí hasta que es coche hizo ventosa, quedando literalmente clavado en el mismo.

Esto ocurría a eso de las cinco de la tarde. Primero probamos tirando con otro Suzuki, ayudando desde mi propio coche empanzado, pero patinaban la ocho ruedas, así que se nos unió el otro Suzuki que participaba en la excursión. Ahora eran 12 las ruedas que patinaban. En vista de que ni teníamos palas, ni planchas ni nada de lo que debiéramos tener a mano, decidimos ir en busca de un tractor. Mientras llegaba el tractor el día se apagaba lentamente y a la misma velocidad descendía la temperatura y aumentaba el viento: que frío...

Cuando llegó el tractor pasaron a ser 16 las ruedas que patinaban. No hubo forma de conseguir que el coche se moviese ni un solo milímetro de su cama de barro. Ni que decir tiene que yo estaba con los pies empapados ya que me había tenido que meter en barro helado hasta las ingles y las esperas se nos hacían interminables. Tras varias conversaciones telefónicas se localizó un camión grúa enorme, de esos que se utilizan para remolcar camiones grandes, ajustamos el precio de la salida y el camión se puso en marcha.

Cuando llegaron descubrimos el siguiente problema; era imposible acercarlo a mi coche ya que se debido a su enorme peso sus diez enormes ruedas se hundían de manera alarmante en el fondo del pantano. Ya estabamos a punto de tirar la toalla cuando un anciano lugareño que se había acercado atraído por el espectáculo de luces, rotativos, idas y venidas, que estabamos dando, nos dio la solución. Según creía recordar, la antigua carretera general, que quedó en su día cubierta por las aguas del pantano, debía de pasar unos cincuenta metros por delante de mi coche, al otro lado del regato-trampa. Así que me subí al camión grúa junto con el conductor y su acompañante y comenzamos a buscar un lugar por el que poder descender desde la actual carretera hasta la que anegaron las aguas.

El chofer muy convencido entro por unos prados, hasta que los potentes faros del camión nos dejaron entrever lo que parecía ser la antigua carretera. El único problema era que el prado en el que estabamos estaba unos ocho metros más alto que la carretera y solo se podía bajar por una pendiente de hierba bastante pronunciada. Sin hacerme ni caso el conductor decidió afrontar el obstáculo en diagonal casi paralelo al desnivel del terreno. La cabina se inclinó peligrosamente a la izquierda, yo ya tenía los cojones de corbata desde hacía rato, pero cuando vi al acompañante agarrase a lo que pudo y gritar "QUE VOLCAMOS, QUE VOLCAMOS", lo vi realmente negro. El camión comenzó a deslizarse de costado hacia la pendiente, lenta pero inexorablemente ganó velocidad e inclinación lateral hasta que finalmente, tras deslizarse los ocho metros que tenía la cuesta, se detuvo suavemente como si nada hubiese ocurrido. Bajamos los tres a fumar un cigarro y a esperar a que al conductor dejasen de temblarle las manos y le volviese el color a las mejillas.

Una ver recuperados encontramos a los pocos metros el degradado asfalto de la vieja carretera, los años de inmersión lo habían dejado maltrecho, pero era un firme sólido sobre el que avanzar entre tanta ciénaga. Llegamos hasta una treintena de metros de mi coche y después de sumergirme de nuevo en barro helado hasta las ingles le conseguí enganchar el cable de acero, con el que, a la una y media de la madrugada, conseguí por fin cruzar el arroyo.

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