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Viajar a Marruecos

Viaje 1990 - 1ª Etapa: Ceuta / Midelt

 


A modo de introducción, dire que el día que bajamos de Santander a Algeciras, Azu y yo reventamos una rueda del coche. Como todos los neumáticos estaban en una situación lamentable, tuvimos que cambiar las cuatro cubiertas, antes de cruzar la frontera.

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18 Agosto 1990, Sábado.

Nos levantamos a las 9:00 A.M. y fuimos a llenar todos nuestros bidones de agua (95 litros en total). También compramos los víveres que nos faltaban, además de conseguir whisky y tabaco a buen precio. Salimos para la frontera y antes de llegar llenamos los depósitos de combustible de todos los vehículos y también los herricans con 80 litros extra de gasolina, por si acaso.

Para alguien que no haya visitado nunca Marruecos, la impresión que se recibe al llegar a la aduana es increíble, por no decir espantosa. Dan ganas de dar media vuelta y largarse uno por donde ha venido. Unos barracones repletos de ventanillas en el exterior, en ninguna de las cuales hay nada escrito que ayude a diferenciarlas, y una ausencia total de carteles indicadores o de información de cualquier tipo, acerca de los trámites a seguir para entrar en el país, junto con una variopinta muchedumbre, deambulando de un lado a otro, mientras otra multitud de policías pululan riñendo a unos y a otros intentando imponer el orden entre tanto desconcierto.

Aprovechamos la espera, para cambiar la hora en nuestros relojes. La diferencia horaria con nuestros vecinos del sur, es de dos horas, es decir, cuando en España son las 5:00 P.M. (4:00 P.M. en Canarias), allí son las 3:00 P.M. Los aduaneros se detuvieron con especial interés en nuestro coche, al parecer les llamó la atención la base de antena que llevamos en el techo ya que no esta permitido entrar en el país con ninguna clase de emisora, si no se tiene un permiso especial. Después de comprobar que no llevábamos radio nos dejaron pasar.

Una cosa que nos llamó mucho la atención desde el primer momento, eran las señales de tráfico, que en lugar de ser metálicas, eran de ladrillos y cemento, blanqueadas por fuera y medían unos tres metros de alto por dos de ancho, con unos cuarenta centímetros de espesor, ¡¡como para no verlas!!. Seguimos hacia el sur y al llegar a Tetuán, Luis se pasó un desvío y se nos perdió. Cuando llevábamos 15 km. andados y una media hora esperándole, decidimos volver atrás a buscarle. No habíamos desandado la mitad del camino, cuando apareció. Aprovechamos para hacer una pausa y fumar un cigarrillo. Dentro de los vehículos no resultaba muy saludable fumar, ya que estaban llenos de bidones de gasolina y bombonas de butano.

En lugar de bajar por la general, nuestra ruta cruzaba las montañas del Rif, por una carretera que dejaba bastante que desear; en algunos tramos la zona asfaltada sólo tenía la anchura necesaria para pasar un vehículo y dos arcenes de tierra. Así pues, para cruzarse con otro coche, uno de los dos tenía que abandonar el asfalto. Aparte de eso, en todas las curvas había una especie de toldos bajo los cuales se cobijaba siempre algún tipo, que sólo salía de su refugio contra el calor, para ofrecer unas tabletas enormes de "chocolate" (y no del de la Nestle...), a todos los vehículos que pasaban. En un par de ocasiones, durante las paradas, se nos acercaron lugareños con intención de vendernos hachís, siempre con educación y sin demasiada insistencia. Esto es muy común en ésta zona del país, ya que es en estas montañas donde se cultiva, sobre todo en la zona de Ketama y Chechaouén.

Durante todo el recorrido desde la frontera, pasamos bastante calor. Por no perder tiempo, no comimos nada más que unas aceitunas, unos frutos secos y glucosa. Hicimos varios intentos por acostumbrarnos a tomar el agua con sales (estas ayudan a que el organismo retenga por más tiempo los líquidos), pero era insoportable lo mal que sabía, así que decidimos que sería mejor sudar más y beber agua normal. Lo malo del agua, era que cuando llevaba varias horas metida en una cantimplora, alcanzaba una temperatura, que parecía sopa. En una de éstas ocasiones, paramos junto a un bar al atravesar una pequeña población, llamada Ouezzane, para tomarnos una Coca-Cola helada (placer de dioses). Sacamos las Cocas fuera para estar junto a los coches, cuando de pronto llegó un autobús, destartalado, lleno de gente, y con una baca enorme llena de bultos (típica estampa marroquí) y se detuvo justo al lado nuestro. Nada más abrir las puertas, nos vimos envueltos en una "nube" de nativos. A Bea le pegó el mal rollo y sin abrir siquiera la ventanilla, metió primera y paró a 60 metros de allí. Los demás, en cambio, aunque no muy convencidos, nos quedamos a charlar un rato con los lugareños. Nos dimos cuenta de lo pequeño que es el mundo, cuando un nativo que hablaba con Luis, al ver nuestras matrículas, le dió recuerdos para un amigo suyo de Torrelavega.

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Luis, no contento con despistarse una vez, repitió la jugada cuando pasábamos por un cruce situado en el Col du Zeggota, tiramos a la izquierda, pero Luis que venía con retraso, no se percató y pasó de largo. Le hicimos señales acústicas con una bocina de gas, pero tampoco se enteró y le vimos perderse en la lejanía. Al cabo de un rato, se dio cuenta de que no podíamos haberle sacado tanta ventaja y regresó.

Se nos hizo de noche al llegar a Meknes, pero decidimos continuar hasta Midelt. El cansancio comenzó a notarse. Tuvimos que parar para regular la altura de las luces de los Suzukis, ya que al ir tan cargados, las llevábamos altas y molestábamos a los que venían en dirección contraria. Paramos en varias ocasiones para no dormirnos, porque ya empezábamos a tener alucinaciones, entre las que destacó una, en la que Pablo veía un camión de cervezas dando marcha atrás y cruzándose en la carretera... Durante una de las paradas llegaron unos franceses en un todo-terreno (Mitsubishi Montero), que se habían perdido buscando un lago, les ayudamos a localizarlo en el mapa y a determinar en donde nos encontrábamos y siguieron su camino. Al ponernos de nuevo en marcha, Luis comentó que se iba a fumar un cigarro y que ya nos alcanzaría. Al cabo de unos cuantos kilómetros (bastantes...), Pablo que iba abriendo camino en el Suzuki de Bea, me hizo señas de que parase. Le extrañaba que no nos hubiese alcanzado Luis, así que esperamos durante un buen rato y al ver que no venía y que se acercaban unos tipejos con una pinta muy rara, decidimos dar media vuelta y volver a buscarle. A medida que íbamos desandando camino, crecía nuestra preocupación, quizás le hubiese ocurrido algo. La verdad es que nos encontrábamos en una zona completamente desolada en mitad de ningún sitio, a las dos y pico de la madrugada y eso no era muy alentador. Cuando ya casi estábamos en el lugar donde lo dejamos, la preocupación había aumentado considerablemente. A unos cuantos metros de distancia vimos que la moto seguía en el mismo sitio y Luis yacía sobre ella, nos acercamos..., paramos los vehículos junto a él..., nos apeamos precipitadamente..., fuimos hasta la moto..., Luis no se movía..., le agitamos el hombro y... ... ¡HORROR!, el muy gusano estaba tan cansado que se había quedado dormido encima de la moto. Esperamos a que se repusiese de la "siesta" y decidimos que lo mejor sería no dejar que se quedase atrás nunca más durante el viaje, porque para tres veces que se había retrasado, dos se perdió y una se quedó dormido. Para evitar que le sucediese de nuevo, le dio caña y no le volvimos a ver el pelo hasta la entrada de Midelt.

Atravesamos una pequeña población, llamada Zeida, en donde tenían un gran mercado nocturno, lleno de gente y de puestos, como si fuese el Mercado de la Esperanza un sábado por la mañana. A nuestro Suzu, le dio por jugarnos una mala pasada con las luces, como si se hubiese vuelto loco, se le apagaba el faro izquierdo y se le encendían los intermitentes del mismo lado, pero como nos quedaban tres faros en funcionamiento, decidimos no detenernos.

Llegamos a Midelt a las 4:50 A.M. y ni que decir tiene que el camping estaba cerrado. Nos quedamos parados delante de él, muy bajos de moral, ya que el cansancio se dejaba notar bastante y a esas horas a ver donde nos metíamos. Estábamos contemplando un sapo enorme y fumando un pitillo, cuando de pronto salió el vigilante y nos abrió la puerta, entramos zumbando, no fuese a cambiar de idea. Con una repentina subida de moral, instalamos el campamento (las tres tiendas), en el lugar que nos indicó el "jefe". Pese al cansancio, todos estuvimos de acuerdo en que lo del hambre (y esta vez si-que-era-hambre), no podía esperar a mañana. De modo que montamos la cocina, los lumings, los hornillos y Azu y Bea se pusieron a preparar una suculenta cena. Nos metimos una "tripada", que fue pa' verla. Después de cenar, los otros tres se metieron al saco (cada uno al suyo). Pablo y yo, pusimos el cassette al mínimo volumen y nos escanciamos un par de "wiskyses", mientras yo escribía éstas líneas. Pablo incluyó de su puño y letra esto: "El viento del desierto es tan árido que reseca el cerebro. (Prov. Tuareg)". Apuramos los vasos y nos fuimos a dormir.

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