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Viajar a Marruecos

Viaje 1990 - 3ª Etapa: Midelt / Tagoudit

 


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20 Agosto 1990, Lunes.

Nos levan- tamos a las 9:00 A.M. Desayunamos y recogimos el campamento tan rápidamente como nos fue posible. El camping, resulta baratísimo (con lo que ofrece tampoco puede ser de otra manera. La estancia de cinco personas, dos coches, una moto y tres tiendas, durante dos días, nos costó cuarenta y seis dirhams, más otros 9 de bote (500 Pts.- + 100 Pts.- aprox.), y el vigilante salió dándonos gorrazos hasta la calle, encantado con la propina.

Fuimos  hasta  una  gasolinera, para que Luis repostase la moto y sorprendentemente,  el operario conocía Santander y Santillana del Mar, lo cual corroboró firmemente la teoría de que el mundo es un pañuelo. Después de repostar perdimos el contacto con la civilización. Nos adentramos por la pista que localizamos el día anterior, en dirección al Circo de Jaffar (2.250 mts.), al pié del monte Ayachi (3.737 m.). De camino hacia allí la pista era buena en la mayor parte del recorrido, aunque tuvimos que cruzar un montón de "oueds" secos, que relentizaban la marcha y hacían saltar literalmente a los "Suzus" y sus ocupantes. Vimos las primeras "jaimas", o tiendas nómadas, una de las cuales, la teníamos fotografiada en una revista. Bea y Pablo pararon para enseñarle la foto a la "inquilina", la cual se mostró muy satisfecha con el asunto.

Luis circulaba delante y se detenía en los cruces para consultar si llevábamos la dirección correcta, obsequiando con cigarrillos a los consultados, que quedaban encantados de la vida. Después de bastantes kilómetros, en una zona con arbolado, divisamos los primeros camellos (de cuatro patas), pastando tranquilamente a la sombra. Pocos metros más allá, nos detuvimos en un abrevadero, ocupado por unos cuantos críos beréberes, unos burros (asnos) y un camello. Les dimos chicles y algunas monedas. Cuando partimos de nuevo, una joven se empeñó en que Luis la llevase en la moto, pero ante la duda de que quizás después tuviese que casarse con ella, no accedió a sus pretensiones...

Como pudimos comprobar a lo largo del viaje, los críos venían corriendo desde todas partes, en cuanto veían acercarse la "caravana" y se arremolinaban a nuestro alrededor para pedirnos golosinas, cigarrillos, bolígrafos etc..., pero en ningún caso comida. La verdad es, que ninguno de ellos tenía pinta de pasar hambre. Si no les dábamos algo, corrían como locos junto al coche hasta que les dejábamos atrás. Iban descalzos y aparentemente no les hacían ningún daño las piedras del suelo. Los que no conseguían acercarse lo bastante, y la gente mayor, nos saludaban con la mano y nosotros les devolvíamos el saludo.

En toda la zona del Atlas, los habitantes son principalmente beréberes, una de las etnias más representativas del país. Un gran numero de ellos no son musulmanes. Las mujeres, no llevan la cara tapada, pero lucen unos símbolos en la barbilla, que indican si se trata de una soltera, una viuda etc... Como pudimos comprobar son muy hospitalarios y tremendamente amables. Los pocos pueblos que encontramos a lo largo de el camino, aparte de pequeños, no tenían ni luz, ni teléono, ni por supuesto carretera. Sin embargo, pese a la aridez de las montañas que los rodean, en todos existía una zona alrededor, completamente verde, con cultivos de trigo, maíz etc... Además de ovejas, que era el ganado, más habitual de esta zona.

Después de pasar Jaffar , nos abordó un nativo intentando a toda costa llevarnos a su jaima a tomar el té. Como todavía quedaba mucho camino por delante y aún no estábamos muy habituados al contacto con la gente rehusamos. Nos pidió ropa y nos enseño una camisa que llevaba, que según él, se la había regalado un español. A medida que avanzábamos, encontramos gran cantidad de cedros, de un tamaño considerable, que contribuían a realzar el ya notorio paisaje.

En un momento dado, Luis se detuvo junto a una casa y Azu y yo nos pasamos de largo, pero Bea y Pablo, que venían detrás, si que lo vieron y pararon. Nosotros seguimos un rato y al ver que no venía nadie detrás decidimos esperarles. Mientras tanto, se acercó hasta nosotros una cría bereber, que nos había seguido corriendo. Después de pedirnos las cosas habituales, le dimos un chicle, y como nos cayó en gracia, Azu le regaló una cinta para el pelo. Fue una lastima no poder filmar la cara de felicidad que puso. Al cabo de un rato nos alcanzaron los otros y nos contaron que habían entrado en una de las casas que acabábamos de dejar atrás, a tomar el té. Nos explicaron toda la ceremonia y reanudamos la marcha.

Nos detuvimos a comer en un paraje solitario, con una vegetación de tipo sabana. Mientras devorábamos unas alubias con patatas, escuchando la cinta de "Memorias de Africa" (quedaba que ni pintada para la ocasión), Luis se percató de que ninguna de las fotos que había hecho hasta ese momento, había salido, ya que el carrete estaba mal colocado y no había arrastrado bien. Juró y se maldijo a si mismo en varias ocasiones. Durante la comida, el día se fue nublando y comenzamos a escuchar unos truenos que imponían respeto.

Continuamos nuestro camino y al cabo de unos kilómetros, cuando pasábamos junto a un pueblo de aspecto más bien lóbrego, comenzó a llover y casi de inmediato a granizar. Luis se refugió tan rápido como pudo en nuestro coche, mientras esperábamos a que escampase. La granizada nos cogió por sorpresa y todos mirábamos atónitos los granizos que caían, como no pudiendonoslo creer. De todo lo que habíamos previsto antes de salir, lo único que jamás se nos ocurrió pensar es que lloviese y mucho menos que granizase en Marruecos en el mes de Agosto. Al poco tiempo cesó la lluvia y pudimos continuar. Atravesamos un pequeño lago seco y vimos los primeros qsur (antiguas fortalezas de adobe). Siguiendo adelante, llegamos a un cruce con una carretera asfaltada. Paramos para ajustar el plástico que llevábamos protegiendo la baca de las inclemencias del tiempo. Estando en eso, se nos acercó un individuo muy amable y con indumentaria totalmente occidental, a la última moda, y se identificó a sí mismo, como guía de "Nouvelles Frontieres". Mayoritariamente en inglés (hablaba una mezcolanza de idiomas), nos explicó que más adelante, el camino estaba en muy malas condiciones debido a las lluvias caídas, que en algunos lugares el nivel del agua, había llegado a subir varios metros, arrastrando las pistas y haciendo intransitable aquella zona, pero que había equipos de hombres trabajando para restablecer el paso. También nos informó, de que a pocos kilómetros de donde nos encontrábamos, existía una especie de albergue en donde podíamos pasar la noche y comer algo. Nos preguntó si llevábamos alguna botella de lo que fuese, con alcohol, le dijimos que solo llevábamos una y era para consumo propio. Le agradecimos la información y continuamos adelante.

Tan sólo un kilómetro más allá, se terminaba el asfalto y comenzaba una pista que a menudo estaba embarrada, daba la sensación de que en esta zona había llovido de lo lindo, efectivamente encontramos gente trabajando en la pista, pero los desperfectos no eran para tanto. Luis tuvo que meterse a escampar varias veces más. Los neumáticos del Suzu de Bea, demostraron no ser los más adecuados para el barro, ya que el coche le "culeó" en varias ocasiones.

Anochecía cuando llegamos al supuesto albergue. No muy convencidos, preguntamos si se podía pasar allí la noche y nos dijeron que si. La siguiente pregunta fue en donde dejar los vehículos. Con la moto no había problema, pero los coches tapaban el camino de acceso a la casa. Nos indicaron que podíamos dejarlos en un prado junto al camino, pero para acceder a ese prado existía un desnivel de más de un metro. Antes de que pudiésemos darnos cuenta, llegaron tres hombres con unas azadas y la emprendieron a golpes con el talud, y en menos que canta un gallo, nos hicieron una rampa de subida perfecta para los todo-terrenos. Asombrados por la eficiencia de aquella gente, les seguimos al interior de la casa.

Era una edificación de dos plantas, construida con madera de cedro y adobe, como en algunas zonas rurales de nuestro país, la planta baja estaba dedicada a los animales y la superior, era la habitable. La "habitación de los huéspedes", tenía un acceso aparte del de la vivienda. Había que descalzarse antes de entrar, pero el suelo estaba convenientemente cubierto de alfombras típicas. Se trataba de una habitación grande (unos 4x7 m.), rodeada de cojines, con una mesa redonda de madera en el centro. Nos instalamos allí y casi de inmediato nos trajeron un té. El tomar té en Marruecos es un acto social, para cualquier cosa te lo ofrecen; al llegar a una casa, en las tiendas, incluso en los bares aunque ya te hayas pedido otra cosa. Lo preparan con hierbabuena y menta y se sirve en unas preciosas teteras de plata. Se bebe en vasos de cristal iguales a los que ponen en España, en los bares sencillos, para el vino peleón. Tomamos el hirviente brebaje, agarrando el vaso por el borde superior con la yema del dedo gordo, y por el inferior con la del anular (técnica fundamental para no quemarse).

En todo momento había un miembro de la familia anfitriona con nosotros, por si acaso necesitábamos algo. Estuvimos mucho tiempo charlando y escuchando música. Aprovechamos la ocasión para escribir unas cuantas postales, que compramos en Midelt, a los que se estaban perdiendo todo esto, atrapados en la monotonía cotidiana de Santander. Al terminar la primera tetera, nos trajeron otras tres, y cuando empezábamos a preocuparnos por la cena, nos preguntaron si queríamos tomar un cous-cous. Se trata de un plato típico, compuesto de sémola, con algo de carne, generalmente pollo o cordero. Dijimos que sí, aunque a alguno de nosotros, quiero decir, a mí, no me hizo ni pizca de gracia la perspectiva de tener que volverlo a probar, ya que fue el único plato que no me gustó el día del restaurante árabe de Ceuta. Pero ante todo hay que ser diplomático. Antes de servir la "cena", nos trajeron una especie de palangana con el fondo oculto por algo así como un plato invertido y lleno de agujeros, una tetera con agua caliente, una pastilla de jabón y una toalla limpia. Se trataba de poner las manos sobre la palangana mientras dejaban caer el agua caliente, para poder lavarnos. La misión del "plato invertido", es que el agua usada no quede a la vista. Fue un detalle curioso, que corroboró la impresión de limpieza que tuvimos al entrar. Después de cenar, se repitió la ceremonia del lavamanos, ocasión que aprovechamos para sacar unas fotos. También nos hicimos una fotografía con algunos miembros de la familia. Nos trajeron otra tetera y estuvieron enseñándonos (muy orgullosos), su colección de fósiles. Les regalamos unos paquetes de tabaco, que recibieron encantados. Un rato después nos acostamos, había que reponer fuerzas para lo que se avecinaba.

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