25 Agosto 1992, Martes.

Poco a poco vamos saliendo de las tiendas y prepa- rándonos el desayuno.

También aprovechamos para rellenar los depósitos de combustible de coches y motos, con lo que llevamos en los herricans. El único que no ha traído combustible de reserva es el Patrol, pero su autonomía es mayor que la de los Suzukis y además, en un momento dado, otro vehículo podría ir a buscárselo.

Un par de jóvenes pastores beréberes se han acercado a curiosear y a pedirnos botellas de plástico vacías. Les damos todas las que podemos y desmontamos el campamento.  El terreno desciende suavemente hasta llegar a Agoudal. El pueblo casi no me parece el mismo de hace dos años, cuando nos tuvimos que dar la vuelta por las inundaciones que asolaban esta región. Pasamos de largo y a los pocos kilómetros comenzamos a encontrar gran cantidad de charcos.

Los vehículos, que ya están "guarretes" del polvo, comienzan a cambiar lentamente de color, al recibir verdaderos baños de barro. Pasamos por los barrizales a toda velocidad y hacemos varias paradas para filmarlo. En una de ellas, es Azu la que filma, pero se acerca demasiado y la "embarramos"... La pista sigue llevándonos al norte a través de las montañas y como se encuentra en un estado relativamente bueno, podemos disfrutar "pisándole" un poco. A la hora de la comida llegamos a un manantial de aguas cristalinas y paramos. El agua, aparte de cristalina, surge de la tierra friísima. Metemos los pies para refrescarnos, pero los tenemos que sacar al poco tiempo porque se nos ponen azules del frío.

Después de comer pasamos otro puerto importante, hacemos una parada arriba y como siempre que nos detenemos se acercan beréberes, que parecen salir de debajo de las piedras. Esta vez son unas crías, a las que hacemos blanco de nuestras cámaras. Azu, Belén y Montse están animadísimas y cantan algo que tiene que ver con un ratón, una rana, una mosca y una araña que cantaban debajo del a-gua!!... y eso que no han bebido.

Más allá del puerto comienzan los bosques de cedros, el paisaje sigue cambiando cada pocos kilómetros, ahora las montañas son más abruptas y rodamos siempre por el fondo de los valles, que se van cubriendo de vegetación. Los árboles salen hasta en las laderas más escarpadas y sus raíces se aferran al terreno con fuerza. Los rasgos de la gente que encontramos a nuestro paso, son muy diferentes a los de los árabes, estos parecen esquimales con una mezcla de indio americano, grandes pómulos y ojos rasgados, aparte de la costumbre de cortar el pelo a los críos en plan "sioux", es decir, dejándoles solamente una tira de pelo, que recorre la cabeza desde la frente hasta el cogote, mientras que los lados, los rasuran por completo.

- Belén y Juan curan a un niño.

A menudo se acercan a pedirnos medicinas, o que les curemos alguna matadura. Paramos junto a un niño con una ceja abierta y nuestros entendidos en la materia (Belén y Juan), ponen manos a la obra. Mientras le van curando, la madre y otra beréber, con los más pequeños colgados de la espalda, no pierden detalle. Antes de comenzar la cura propiamente dicha, Belén le limpia bien la cara y descubrimos que el color de su piel no es tan oscuro como pensábamos. El chaval herido no las tiene todas consigo, pero aguanta como un campeón, las condiciones de vida en esta zona hacen que la gente sea dura desde que nace. Pese a algunas discrepancias de última hora entre el "equipo médico", la cura concluye con éxito. Tenemos algún problema de lenguaje a la hora de hacerles entender que no hay que quitar el apósito hasta pasados unos tres días. Finalmente lo dejamos por imposible. Les hacemos algunos regalos y continuamos nuestro camino.

Hace dos años, nos costó mucho atravesar esta zona, ya que la pista había sido literalmente arrastrada por las riadas, obligándonos a circular durante kilómetros por el cauce del río, haciendo medias de 10 Kms. por hora. Afortunadamente las han arreglado y no tenemos ninguna dificultad para avanzar, aunque nos cuesta reconocer los lugares, ya que la perspectiva cambia mucho de ir por el río a ir por la pista. Al atardecer encontramos un claro en el bosque, al otro lado del río, que parece un lugar idóneo para acampar. Por vez primera en todo el viaje, montamos las tiendas antes de que anochezca. El sitio es estupendo, rodeados de grandes cedros y con leña abundante, preparamos una hoguera mientras se va haciendo la cena. Las tiendas se montan alrededor del claro.

Durante los últimos kilómetros, he venido notando un ruido extraño en la dirección del Suzuki, pero después de echarle un vistazo, no notamos nada raro. Rezo para que no sea nada ya que aun nos quedan bastantes kilómetros de pista y no quiero pensar en las consecuencias de un avería seria.

- Cenando junto a la hoguera.

Aprovechamos un tronco caído para que haga las veces de banco y con las sillas que no se quedaron en España, cenamos todos sentados. La luz de la hoguera ilumina los árboles y le da al bosque un ambiente cálido y acogedor, mientras canciones retro salen del cassette de uno de los coches y acaban de ambientar la situación. Una gozada. Charlamos animadamente y comentamos lo que haremos al salir del Atlas (lo que probablemente se producirá mañana). Después de la cena, Chuchi y Carlos hacen un autentico "ritual hindú", con las zapatillas de esparto que les han acompañado desde que salimos de Santander. El paso de los kilómetros las ha dejado para el arrastre y con hondo dolor de sus corazones las incineran ante las cámaras. Muy tierno.

Los de siempre nos quedamos de tertulia alrededor de la hoguera, tomando unos whiskys. Lamentablemente no solo se ha terminado el agua de los bidones de Candela, si no que también se termina el whisky, lo cual es aún peor.

Antes de irnos a dormir, Azu y yo apagamos la hoguera.

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